Todos los tópicos sobre las secuelas vividas por observadores occidentales en conflictos bélicos del tercer mundo están contenidos en «Triage», película que ni siquiera resulta convincente en la forma en que refleja ese tipo de trauma provocado por la contemplación del genocidio, en este caso el sufrido por el pueblo kurdo a manos de las tropas iraquíes de Saddam Hussein. Ya de entrada las localizaciones de un Kurdistán alicantino no transmiten credibilidad, falseamiento que se agrava con el relato posterior en retaguardia, cuando el reportero irlandés herido regresa a su casa. Su calvario personal queda del todo diluido en confrontación con el siquiatra que lo atiende, debido a que las sesiones de terapia suenan a pura charlatanería. A medida que el anciano doctor profundiza en las dolencias sicosomáticas del paciente con métodos que parecen una involuntaria caricatura de cualquier manual de sicología barata, también se resuelve en paralelo el misterio de la muerte en el frente del colega del protagonista, si es que a esas alturas algún espectador despistado podía albergar alguna duda sobre lo ocurrido.

«Triage» es la consabida coproducción europea entre muchos países que termina siendo un completo desaguisado, y el bosnio Danis Tanovic se ha dejado embarcar en ella porque se supone que es un experto en traumas posbélicos gracias a su experiencia en el conflicto de los Balcanes. Sin embargo, no acierta a extraer una lectura clara con respecto al papel de las víctimas, e incluso podría llegar a entenderse que en una guerra todos los implicados de los bandos enfrentados son igual de víctimas. Deslizamiento peligroso de opinión en cuanto está hablando de un genocidio, y que lo empeora con el sospechoso personaje interpretado por Christopher Lee. Se trata de un siquiatra que colaboró con el régimen franquista depurando sicológicamente a criminales de guerra, una especie de abogado del diablo en definitiva, que lo mismo cura a fotógrafos trotamundos de hoy en día.