Como último gesto, el Gobierno no ha hecho nada por impedir la colocación, por parte de la Alcaldía de Diyarbakir (Kurdistán Norte), en manos del DTP, de paneles de señalización en las dos lenguas. Hizo lo mismo, nada, con un grupo de milicianos del PKK que se entregaron en favor de la paz a finales de octubre.

El 3 de octubre, en un discurso ante su partido, el islamista AKP, el primer ministro, Recep Tayip Erdogan, nombró a 13 personalidades por su contribución a la actual Turquía, todas ellas consideradas enemigas del Estado por el Ejército y algunas muertas en el exilio. Entre ellas destacan artistas y poetas comunistas, kurdos, armenios e incluso alevíes, miembros de esta comunidad musulmana chií.

«Todo esto era hasta ahora tabú», señala el analista Mehmet Ali Birand. Más cuando hace menos de tres años el históricamente todopoderoso Ejército turco advertía al Gobierno de que defenderá el legado de Kemal Ataturk contra supuestas amenazas islamistas.

Más allá del alcance de sus gestos -Ankara sigue sin reconocer el genocidio armenio y la llamada «apertura democrática» en favor de los kurdos ha sido denunciada como cosmética-, algo se mueve en Turquía. Por primera vez desde 1990, un presidente turco, Abdulah Gul, visitó a principios de mes la provincia de Tunceli, poblada mayoritariamente por alevíes.

Nuevo paisaje

La oposición insiste en que estas medidas pondrían en peligro «la unidad nacional» y las relaciona con un intento de seducir a la UE. No parece ser el caso, ya que Ankara es consciente de que las puertas de Bruselas están cada vez más cerradas.

Todo apunta a un intento del islamista AKP de apuntalar un nuevo paisaje en Turquía.