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Antonio Alvarez-Solís periodista

El árbol del gobierno

En la novela «El bosque animado», de Wenceslao Fernández Florez, hay una escena absolutamente mágica. Cuando la tempestad azota la fraga, uno de los árboles cae violentamente derribado por el viento. Un extraño árbol sin hojas, con largas ramas como hilos que se perdían en el infinito. Vivía indiferente a los demás árboles y en su interior los árboles más cercanos decían escuchar conversaciones humanas. Acaloradas, dulces o aburridas. El árbol estaba allí enhiesto, arrogante, mondo y lirondo, como un árbol sabio. Las ramas le salían de unos raros capullos de porcelana blanca y de vez en cuando eran revisadas por unos individuos vestidos con mono que escalaban el calvo tronco subiendo a él con magníficos tentáculos de hierro.

Cuando cayó el árbol, los demás que medraban inmóviles en su entorno pidieron a los más próximos que mirasen lo que aquel casi desnudo árbol parlador tenía en su alma al parecer vegetal. Lo hizo así un roble y descubrió que el extraño espécimen, que carecía de otoño y de primavera, no tenía pulpa, estaba vacío y lo que quedaba de él era un poco de serrín. Las voces habían desaparecido. Los árboles del bosque dijeron simplemente «¡Oh!», mientras unos operarios llevaban al caído en una camioneta en la que ponía Compañía Telefónica Nacional de España.

Mientras releía ,la obra de Fernández Flórez, me trajeron el periódico del día. Creo que en su primera página figuraba un titular que decía: «Claves para entender la ley de economía sostenible», referidas al esperado y magno proyecto del Sr. Zapatero. Afuera soplaba fuerte el viento y oí algo parecido a la caída de un árbol repleto de palabras. Miré y dentro tampoco había nada, salvo un poco de serrín.

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