Tan admirado como detestado, Hugo Sánchez ha pasado de ser uno de los mejores arietes de la historia a buscarse las habichuelas en los banquillos. Hoy recibe al Athletic, ante el que, precisamente, debutó en la Liga hace cinco lustros.

En sus veinte años como jugador, el mexicano convirtió su nombre en sinónimo de récord. Sobre todo en sus siete temporadas con el Real Madrid: con la camiseta blanca anotó 207 goles en 283 partidos, conquistó 5 Pichichis y la Bota de Oro, e igualó la marca de Telmo Zarra con sus 38 goles en una temporada. Considerado el mejor jugador mexicano de la historia, está en la lista de los 50 mejores jugadores del siglo XX de la FIFA.

Tres años después de colgar las botas comenzó sus escarceos con los banquillos. En 2006 llegó a la selección mexicana y dos años después, tras ser destituido, recaló en el Almería.

Pero si algo ha caracterizado a Hugo Sánchez, además de goles y volteretas, ha sido su falta de pelos en la lengua y una autoestima mayor aún que su palmarés. Un filón para los micrófonos, vamos.

Entre sus polémicas, es difícil olvidar la que protagonizó con Leo Beenhaker cuando éste entrenaba el Real Madrid, con su «se me están inflamando las amígdalas». Más reciente, su interminable batalla con Ricardo Lavolpe, su predecesor en el banquillo de México. Entre sus gestos, aquella mano en los genitales durante un partido en el Camp Nou. Entre sus bravuconadas, aquel «soy irresistible» o el más reciente «estoy listo desde hace tiempo para entrenar al Real Madrid».

Mucho genio que le permitió engrandecer su figura, como demuestra una anécdota con su archienemigo. Defendiendo la camiseta de Pumas, el mexicano le hizo tres goles, el último de chilena, a Ricardo Lavolpe, entonces portero del Atlante. El argentino declaró a la prensa que jamás volvería a permitir que sucediera algo similar. Una tentación irresistible para el «Macho» que, en su siguiente enfrentamiento no paró hasta conseguirlo. Y lo hizo. Tres goles y el último, de chilena. Genio y figura...