Uno de los principales argumentos con los que se han vendido las bondades de la TDT y la digitalización es que acrecenta la «libertad de elección» de los telespectadores. A partir de ahora, según rezan diferentes campañas publicitarias, los televidentes podrán acceder a más contenidos, mayor entretenimiento, mejor información y todo ello en diferentes formatos. Las primeras sensaciones de aquellos que ya han tenido acceso a la TDT no tienen nada que ver con eso. Más bien se trata de repeticiones y reposiciones que no aportan nada a lo programado hasta ahora por las diferentes cadenas. Como todo lo que lleva el término «digital», la «nueva» televisión parece más moderna, pero no aporta mayor calidad y sigue estando ligada a los intereses de grandes holdings de comunicación. Ayer, representantes de Digibat, la Asociación de Televisiones Locales de Euskadi, denunciaron la discriminación y el trato desigual que han padecido por parte de la Administración en el proceso del apagón analógico. Esto viene a confirmar que detrás de este proceso no están ni los intereses de los telespectadores ni una apuesta por la calidad o la pluralidad de los medios, sino simple y llanamente el negocio de unos pocos. No es nuevo que la Administración defienda esos intereses particulares. No debería dejar de ser un escándalo.