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José Luis Orella catedrático senior de Universidad

La identidad nacional vasca: el ejemplo español

Segundo de una serie de tres artículos, con la identidad vasca como objetivo final. El autor continúa analizando la realidad política circundante y si en la primera entrega se fijaba en lo que denominaba el «ejemplo francés», en esta ocasión hace lo propio con el «ejemplo español», a través de un estudio histórico que pone de manifiesto que «se ha impuesto el ser español por la fuerza de la obediencia religiosa y por las armas a aquellos pueblos dominados por la colonización».

Los vascos forman parte de los estados de España y Francia desde hace siglos. Durante este tiempo ha habido períodos en los que los vascos y los navarros se han sentido orgullosos de ser españoles porque tenían bien guardados y defendidos sus propios derechos forales. Sin embargo, la historia de España demuestra que la unidad nacional se ha formado como resultado de la idea de que hay que expulsar del territorio peninsular a los que no forman parte del ideal racial y religioso de los dominantes. E igualmente se ha impuesto el ser español por la fuerza de la obediencia religiosa y por las armas a aquellos pueblos dominados por la colonización.

La historia de España está llena de expulsiones de minorías que no comulgaban con las ideas del sector dominante. Se expulsó hacia tierras al sur peninsular durante ocho siglos por las sucesivas guerras de la llamada Reconquista a los musulmanes o árabes, a los que nunca se les integró en las naciones cristianas que se consolidaron al norte. Se expulsó masivamente a los judíos en 1492, a los gitanos y a los moriscos en 1609. Se depuró con instrumentos judiciales civiles y religiosos como la Inquisición a aquéllos que no daban la talla de la paridad de fe y de costumbres que se les exigía por las elites dominantes.

Del mismo modo se desterró y se aniquiló primero a los jesuitas en 1767 y, en otras fechas, a otras órdenes religiosas y asociaciones que molestaban por ser minorías no dóciles al pensamiento directivo y único.

Se exilió a los perdedores republicanos tras tres años de guerra civil y cuarenta de cierre ideológico y político de fronteras.

Y dentro de un exilio interior se ha perseguido durante siglos a los pueblos minoritarios de España como los vascos, los catalanes, los gallegos y otros, porque no aceptaban el modelo de Estado del que eran miembros pero en el que no podían participar.

Pero en estos últimos años ¿no es una contradicción flagrante el que España se vanaglorie del diálogo de civilizaciones cuando no ha sabido entender ni aceptar un tratamiento digno a las culturas que tiene más cercanas y dentro de sus fronteras como la catalana, la vasca, la gallega, la saharaui o la kosovar?

La política española está enfangada en la basura precisamente por frenar la libertad de los ciudadanos españoles, por colocar en puestos clave de mando como lehendakaris, como presidentes de bancos o empresas a personas que no tenían mayor preparación y cualidades demostradas en la práctica que las de ser fieles y ciegos servidores del partido.

En toda clase de poder español actual predominan la colonización de los de arriba y la servidumbre de los nombrados. En España faltan ciudadanos y sobran esclavos. La ciudadanía española mileurista o parada, no tiene perspectiva de futuro. Porque, como decía Joaquín Leguina, el mangoneo es la fuente de toda corrupción y la raíz de la trivialización de la moral pública.

Se ha preguntado a algunos españoles sobre la identidad española y han respondido de esta manera. El filósofo Fernando Savater dice: «No sé qué es ser español, si la palabra se maneja de modo enfático y truculento, como cosa trascendente. Tampoco me quita el sueño. Cualquier proclamación de altisonancia nacional me hace sonreír, cuando no me asusta un poco. En cambio, sé que ser ciudadano español consiste en respetar de modo reflexivo y crítico el Estado de Derecho al que pertenecemos, cumplir las obligaciones constitucionales y participar todo lo posible en la vida política del país, para cumplir con la democracia cabalmente entendida. También pasa por no aferrarse a tradiciones, símbolos, mitos, supersticiones, leyendas, piedades, etcétera. De tal modo que se conviertan en imposición para quienes no las comparten y deber odioso para todos».

Por su parte, Manuel Ureña Pastor, arzobispo de Zaragoza, afirma: «Ser español significa para mí la pertenencia gozosa a una comunión política de pueblos, cada uno de los cuales, al tiempo que aporta a la comunión los valores y bienes de su propia nación (= región), recibe de la comunión los valores y bienes de las otras naciones. Se trata siempre de conservar la unidad en la diversidad, y la diversidad en una unidad política soberana que conserva en la síntesis la genuidad y la identidad de los pueblos, naciones o regiones que la integran».

El dramaturgo Albert Boadella sostiene que «sentirse o no español, más allá de la documentación, forma parte de la voluntad personal y de la época que a uno le toca vivir. Pertenecer a esta nación durante la dictadura no me complacía especialmente, habría preferido ser congoleño. Después de la Constitución del 78, se ha convertido en una condición mucho más agradable, sobre todo cuando, por afirmarlo, te ganas el odio de la España más reaccionaria. Me refiero a la España negra de los nacionalismos periféricos que representan todavía los últimos vestigios sentimentales del franquismo».

El escritor Luis Goytisolo dice: «Ser español, para mí, significa pertenecer a un país en cuyo idioma me siento cómodo. Un país cuya realidad presente me hace sentir incómodo hasta el punto de que sería para mí un sosiego vivir en otro. Un país del que me irritan los elogios cerriles tipo `España no hay más que una'. Irritación similar y contrapuesta a la que suscitan en mí la incomprensión y los ataques injustos a determinados aspectos de su pasado».

Por último Javier Valenzuela duda que en España una encuesta semejante provocara respuestas tan racionales como en Francia. Aquí provocaría un gran carajal. Mejor dejarlo a los intelectuales.

La vieja España centralista y absorbente ha perdido el tren de la pluralidad cultural, de la multinacionalidad y del plurilingüísmo. Lo estamos palpando en el cansino caminar de José Luis Rodríguez Zapatero y de este nuevo Gobierno de Patxi López y de Rodolfo Ares. Los artífices de la vuelta al antiguo régimen tardo-franquista son los partidos políticos mayoritarios y emponzoñados en la corrupción. Dentro del Estado español la represión política, policial y judicial de las minorías sociales es el medio general de resolución de los conflictos, aduciendo que la violencia del Estado de derecho es el único instrumento para acallar las diferencias.

A todos nuestros dirigentes de Madrid y de Vitoria les pediría que nos dijeran, como lo hacían un lustro atrás, respondiendo a la pregunta que se ha formulado Nicolás Sarkozy qué piensan de unas identidades nacionales dentro de Europa y en el marco mayor de una única civilización de globalización, qué entienden por identidad española y que una vez descrita nos dejen opinar democráticamente qué piensa la ciudadanía estatal y vasca ante esta forma de impostar España en Europa y en el diálogo de civilizaciones.

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