Raimundo Fitero
Animatu Haidar
Encabeza el nombre de una mujer a la que mañana la podemos estar despidiendo definitivamente. Su cara abre los noticiarios televisivos, se está convirtiendo en una muestra de la dignidad humana frente a la estulticia de los gobiernos, frente a los totalitarismos, los imperialismos. Hercúlea persona con apariencia de mujer debilitada por su huelga de hambre que está retratando al rey de Marruecos y a los súbditos de su “hermano” Borbón. De fondo el pueblo saharaui y las traiciones que ha ido acumulando desde los gobiernos españoles y marroquíes, es decir, sus colonizadores y explotadores, dos monarquías hermanadas en los negocios, el desprecio por los derechos humanos y que encuentran solamente en la unidad de su corona la única razón de ser.
Un aeropuerto es su territorio de extrañamiento, una metáfora de la deslocalización, un paisaje de tránsito, un laberinto señalizado para acabar siempre en un control, en unas puertas que se abren o se cierran dependiendo del color de tu piel, de la corona de tu pasaporte, del producto interior bruto del país de donde procedas administrativamente. Los espacios neutros se pueden ocupar, pero los espacios deshabitados del sentido de humanidad como los aeropuertos fronterizos, son la desolación decorada con altavoces.
Los hechos han convertido a Aminatu Haidar en un monumento a la coherencia, a la fidelidad a los principios que se enfrenta al truco del ministro de exteriores, al lenguaje tragicómico de los funcionarios españoles, al juego perverso de la diplomacia marroquí. La secuencia del anuncio grandilocuente de su abandono de la huelga, su embarque en un avión puesto a disposición para la ocasión, la negativa a autorizar el aterrizaje en destino convierten en crueldad una situación grave de por sí. La inoperancia, la autodescalificación constante de una diplomacia inexistente remarca el doble lenguaje al mostrar la satisfacción de sacarse el problema de encima con una ilusa mentira que se ha convertido en una nueva demostración del poco fundamento del gobierno de ZP, en total y constante deterioro. Y ahí están en primera línea, los cómicos solidarios reclamando justicia.
Un aeropuerto es su territorio de extrañamiento, una metáfora de la deslocalización, un paisaje de tránsito, un laberinto señalizado para acabar siempre en un control, en unas puertas que se abren o se cierran dependiendo del color de tu piel, de la corona de tu pasaporte, del producto interior bruto del país de donde procedas administrativamente. Los espacios neutros se pueden ocupar, pero los espacios deshabitados del sentido de humanidad como los aeropuertos fronterizos, son la desolación decorada con altavoces.
Los hechos han convertido a Aminatu Haidar en un monumento a la coherencia, a la fidelidad a los principios que se enfrenta al truco del ministro de exteriores, al lenguaje tragicómico de los funcionarios españoles, al juego perverso de la diplomacia marroquí. La secuencia del anuncio grandilocuente de su abandono de la huelga, su embarque en un avión puesto a disposición para la ocasión, la negativa a autorizar el aterrizaje en destino convierten en crueldad una situación grave de por sí. La inoperancia, la autodescalificación constante de una diplomacia inexistente remarca el doble lenguaje al mostrar la satisfacción de sacarse el problema de encima con una ilusa mentira que se ha convertido en una nueva demostración del poco fundamento del gobierno de ZP, en total y constante deterioro. Y ahí están en primera línea, los cómicos solidarios reclamando justicia.