En las entrevistas que se pueden ver en Internet de Enric Marco, cuando ejercía de presidente de la Amical Mathausen, sus descripciones de los horrores vividos en el campo de concentración de Flossenbürg resultan atroces. Este hombre octogenario posee un poder de convicción basado en una facilidad de palabra y una cierta teatralidad, sin que se le note ningún titubeo o asombro de duda cuando se pronuncia de forma muy estudiada, tal vez siguiendo un guión que, por repetido, se ha acabado creyendo.

Fue el historiador Benito Bermejo quien descubrió que sus relatos en primera persona no se ajustaban al recorrido histórico que hizo por la Alemania nazi tras ser deportado. Su nombre nunca figuró en la lista de los internos del citado campo de exterminio, ya que, en realidad, fue encarcelado en la prisión de Kiel por su participación en la Resistencia, siendo liberado antes del término de la II Guerra Mundial.

Una verdad que le obligó a dejar su puesto de presidente en la asociación de deportados, a la vez que a pedir perdón públicamente por el daño causado con sus invenciones a la buena imagen de la memoria histórica.

En su defensa, Enric Marco alega que quiso actuar como portavoz de las víctimas del holocausto y hacer suyo su sufrimiento, para así mejor divulgar la realidad vivida por los republicanos y antifranquistas que fueron conducidos hacia su cruel destino cargados en trenes de ganado. A sus 88 años, Enric Marco sufre la terrible experiencia de visitar los lugares en los que dijo haber estado, rememorando el dolor ajeno que tantas veces relató como propio. Una tortura de conciencia peor incluso que aquellos padecimientos físicos.