Lejos de mi intención amargarles, antes de que empiecen, las festivas jornadas venideras. Pero mejor anden con tiento, que las tarjetas de crédito las carga el diablo. Me he pasado un par de días ejerciendo de Olentzero, esto es, comprando los consabidos regalos.

Dos detalles me han llamado la atención en sendas juguete- rías. El primero. Una mujer, carro en mano, conversaba por teléfono. Supuse, y sigo suponiendo, que al otro lado de la línea estaba su marido. Ella le preguntaba si estaba seguro de que el día 24 le ingresaban el dinero. Supuse, y sigo suponiendo, que esta pareja vive con la nariz dos centímetros por encima del agua, lo justo para respirar, y que los regalos que pensaban comprar podían suponer un torpedo en su línea de flotación en caso de que la víspera de la Navidad el esperado ingreso bancario no aparezca.

El segundo detalle se sitúa, quizás -al fin y al cabo me baso en retazos robados por mis oídos-, en el polo opuesto. Dos mujeres. Una coge de la estantería un juego de mesa, ni sé cuál es ni viene al caso. La otra pregunta: «¿Eso es para tu casa?». Respuesta: «Sí, es que sólo con la Wii...». ¿Sólo? Desconozco el precio exacto de la famosa consola, pero creo que ronda los 200 euros. El destinatario de los regalos no tendrá queja, supongo.

En resumen, que sólo es un par de ejemplos y tampoco quiero ponerme en plan moralinas ni ejercer de aguafiestas, únicamente recordarles que enero está a la vuelta del calendario y que entonces no valen los lloros y el crujir de dientes. A quien estas fechas le pongan la carne de gallina, que las disfrute con salud, y para el resto paciencia, aunque a veces les entren ganas de realizar la autopsia en vivo al que desde el día 1 de diciembre se le ocurre la brillante idea de poner villancicos en el hilo musical del supermercado. Entre unos días de vacaciones que me restan y una ineludible cita médica que me traerán los Reyes Magos, despido esta ventana hasta dentro de una semanas. Así que feliz 2010 y, como dice Txuatxenager en «Terminator», «volveré».