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Julen Arzuaga Giza Eskubideen Behatokia

3.000 pasos

El del título es, aproximadamente, el número de pasos que hay entre el Sagrado Corazón y el Ayuntamiento de Bilbo, trayecto de la masiva manifestación que ayer denunció la política penitenciaria de los estados español y francés. Pero, tal y como señala el autor, hay otros muchos pasos previos para explicar las razones por las que decenas de miles de personas se reunieron ayer en las calles de Bilbo. También se darán en adelante, se deberán dar, nuevos pasos que acerquen «una futura Ley vasca de Amnistía». Eso sí, esta vez en clave de justicia.

Serán esos los que necesarios para cubrir los dos kilómetros que hay entre el Sagrado Corazón y el Ayuntamiento de Bilbo: 3.000 pasos, tal vez alguno más. Han intentado prohibir a unas docenas de miles de ciudadanos de este país que recorran pacíficamente ese espacio. Los motivos no tenían nada que ver ni con la dignidad ni con la justicia.

Mientras nos acercamos al punto de arranque no veo personal armado hasta los dientes. No hay cañones de agua. No parece que vaya a haber fuego real, como otras veces hubo en otra cercana avenida. Parece que han desistido.

Otros pasos más nos traen hoy aquí: miles de concentraciones en pueblos y barrios, centenas de reuniones y conversaciones para desbrozar el camino. Escudriño, como siempre en estas convocatorias, a quien me acompaña. Chavales jóvenes, muy jóvenes. Otros mayores, muy mayores. Gente conocida de partidos, sindicatos, movimientos sociales, de la cultura. Miles de caras absolutamente anónimas. Hace fresco, pero sonrisas cómplices, abrazos, caldean el ambiente.

Un profesor de la universidad que estará, aunque no veo, me comentaba que el poder busca denodadamente anular la solidaridad con el preso y forzar la adhesión irreflexiva y por decreto con la víctima, ahora todopoderosa. Ya entiendo la maniobra del tribunal madrileño y de quienes nos quieren sacar de la calle. La pesada propaganda institucional borra toda personalidad al prisionero para ensalzar la de quien ahora ostenta un rango indudablemente superior. Aparecen antagónicos. El preso es ante todo culpable, mientras la víctima es siempre inocente. Sustantivo y adjetivo no son intercambiables, la fórmula no se puede poner en duda. Es por ello que se esfuerzan en sacar a estos a los escenarios públicos, mientras ocultan a los otros tras los muros. Pretenden así abandonar una lectura política que analice causas o motivos... pero que sobre todo explore soluciones. Pero algo no funciona. La gente que aquí se va agrupando es la muestra de que el maniqueo y absoluto «bueno/ malo» falla.

Arranca la manifestación. Impresionante. Pienso en la asociación que lanzó la primera convocatoria, Etxerat, a la espera de la reacción del tribunal especial sobre su futuro. La expresión pública de apoyo, solidaridad, cariño hacia los presos en fotos u otros soportes está vedada. No se pueden mostrar sentimientos hacia ellos. Como si esto se podría interceptar. Las Madres de la Plaza de Mayo prendían en su pecho, en plena dictadura de Videla, la foto de su hijo desaparecido. En esta «normalicracia» no se puede llegar a tanto.

Con los primeros pasos, apelotonados, conversamos sobre el eslogan. Derechos. Y es que en una verdadera democracia se debería hacer política, no reclamar derechos. Se defenderían aspiraciones políticas que fueran atractivas para la sociedad y que, con su apoyo mayoritario, se llevaran a la práctica. Pero es lo que hay: pedimos que no nos detengan por nuestras ideas, reclamamos que no nos torturen. Demandamos que cuando entremos en prisión estemos seguros de que el único derecho que se restringirá será el de la libertad de movimiento. Que no estaremos desaparecidos para nuestros familiares, que conocerán nuestro paradero final por la prensa. Queremos saber cuándo habremos cumplido la pena y que cuando lo hagamos, seguiremos siendo personas íntegras. Y lo reclamamos en primera persona porque conocemos la cita atribuida a Bertolt Brecht «primero se llevaron a los comunistas pero a mí no me importó, porque yo no era comunista. Luego se llevaron a...». Y no es que invoquemos el verso porque no nos importe. De no hacerlo, no habría salido a las calles de Bilbo esta marea. Lo invocamos porque literalmente, se están llevando a todos. Si, todavía en este país para defender proyectos hay que reinstaurar antes derechos.

La marea avanza, paso a paso. Las últimas semanas se han acumulado dramas personales que nos reclamaban, a golpes de realidad, que estuviésemos aquí. Un chaval discapacitado ha sido desnudado para poder visitar a su amigo. Otros se resisten a la humillación y vuelven a casa con las manos vacías. Javier Elzo dijo en «El País» que las mujeres sometidas a este trato son «visitadoras sexuales proporcionadas por ETA». Si no pensó lo que decía deberá rectificar. Si lo piensa es que es un auténtico canalla. Y semejante bajeza me produce un escalofrío. Igor González ha desaparecido en traslados y conducciones tras haber intentado arrancarse la vida. Quería acelerar el cometido último de esas instituciones malditas. Patxi Gómez que ha cumplido ya 20 años de cárcel es otra vez reclamado, por lo que anuncia a sus verdugos que «me podéis detener, encarcelar, llevar a donde queráis, y en el momento en el que decidáis terminar con esta tortura sabéis donde me podéis encontrar». Sí, hay que terminar con ella, cuanto antes.

La prensa aireaba en titulares cartas de un preso político. Luego evitarán esa calificación. Prefieren sustituirla por «presos de ETA» o caricaturizarla con lo del «autodenominado Colectivo». ¿Por qué les niegan la libertad de asociarse y expresarse? Cada vez más presos políticos. Cada vez más políticos presos. Cada vez más opiniones políticas sobre sus propuestas políticas. Cada vez más presión política contra ellos. Cada vez más evidente que será la política la que resuelva la ecuación. Amnistía. Si a esta palabra se le añade Internacional se abrirán la puerta de los parlamentos. Si es el apellido de «movimiento pro» lo que se abren son las puertas de la cárcel. ¿No es la Ley de Amnistía una herramienta política que aprobó el Congreso español, en su caso para cerrar -mal- un problema? ¿Es un delito reclamar que una futura Ley vasca de Amnistía supere este otro, pero esta vez en claves de justicia? El concepto tiene dos vertientes: la vuelta de los represaliados junto con la superación definitiva de las causas que generaron la represión. ¿Hay algo más justo que esta reivindicación? Precisamente por eso reprimen con total saña la voz que la reclama. Quienes niegan la condición de políticas a las consecuencias de este conflicto, dificultan los pasos que conducen a su resolución.

Esos pasos que ahora se aligeran descendiendo de la plaza Biribila. Hartos de tanta cuesta arriba, se agradece el descenso. Y es que la imposición continua, genera cansancio. Es el agravio incesante de un sistema al que se atreven a llamar Administración de Justicia. Sería más apropiado que lo llamen Imposición de Venganza. Luigi Ferrajoli, una eminencia penalista internacional dice que «la pena no es el mejor modo de satisfacer el deseo de venganza; por el contrario, sólo se puede justificar con el fin de poner remedio y de prevenir las manifestaciones de venganza». Que repase estas palabras el ministro experto en secuestros, que confunde la realidad con sus deseos. Es él quien se empeña en mantener rehénes, no sabemos si en beneficio de su proyecto político, seguro que sí para saciar su sed crónica de venganza.

Doy el último paso antes de quedarme clavado entre la compacta ola humana. Oigo pero no escucho la intervención por los altavoces. Tengo la mente en otro sitio. Un pensamiento en los y las colegas que tengo dentro me arranca una fugaz sonrisa. Personas enteras, enormes. Volverán pronto, me digo. Pero inmediatamente me sobreviene el recuerdo de esos otros que no volverán jamás. Y se me humedece la vista.

No. Este no puede ser -no será- el último paso.

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