La mayoría social vasca defiende los intereses de la mayoría de la sociedad vasca
En las sociedades contemporáneas, donde el sistema pivota principalmente sobre partidos e instituciones, uno de los grandes dilemas políticos es determinar si los partidos deben adaptar sus programas a las posturas socialmente mayoritarias o si deben empujar a la sociedad hacia sus posiciones ideológicas y estratégicas. En realidad, éste no es un fenómeno nuevo. Resume el viejo dilema entre conservadores y progresistas o, a otro nivel, entre reformistas y revolucionarios.
La «tercera vía» venía a dilucidar ese debate. La realidad es que sin un cambio radical de dirección y sin una propuesta sistémica alternativa no es posible poner freno a la inercia del modelo capitalista. No se amortiguan sus consecuencias sino que se apuntalan sus inhumanos principios. Otro efecto perverso de esa degeneración política es que crea una gran desconfianza social hacia una clase dirigente en la que todos los gatos son pardos.
En general, quienes detentan el poder institucional o aspiran a lograr la alternancia en breve, los partidos de «orden» por así decirlo, suelen promover la visión conservadora, amoldando su línea política a aquello que se supone aceptado por el común de los ciudadanos. Un primer y profundo problema de esa perspectiva es que promueve una cultura política conservadora que afecta al desarrollo de la sociedad. Otro problema práctico evidente de este planteamiento es que resulta muy difícil saber realmente qué es lo que piensa el «ciudadano medio». Pero si bien es difícil decir con certeza qué es lo que piensa una mayoría, existen mecanismos sociológicos que muestran tendencias y, en algunos casos, hasta evidencias.
En el actual panorama vasco hay varios ejemplos. El primero sería el Euskobarómetro, que ha mostrado cómo un 71% de los ciudadanos de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa tiene poca o ninguna confianza en el Gobierno de Patxi López. Ese estudio también evidencia el hartazgo general de la sociedad respecto a la clase política. Otro caso sería el del nuevo obispo de Donostia, José Ignacio Munilla, que se ha encontrado con que el 77% de los párrocos de Gipuzkoa rechazan su nombramiento. Sería interesante saber también qué opinan los creyentes que trabajan a pie de calle desde una perspectiva social y asistencialista. Un tercer ejemplo serían los datos sobre audiencias de ETB, que se han desplomado a raíz de un cambio de línea editorial que se enfrenta frontalmente a gran parte de la sociedad de la que debería ser reflejo. Algo que, encima, en términos de mercado es un sinsentido porque ya existen otros referentes comunicativos más «genuinos».
El verdadero sentido del cambio
Pero más allá de encuestas, conviene mirar a los movimientos de fondo entre los sectores más dinámicos de la sociedad. En estos momentos, en Euskal Herria, la mayoría social vasca que se está conformando en torno al soberanismo y el derecho a decidir representa algo más que las siglas que la componen. Si bien desde Madrid y París se quiere hacer ver que Euskal Herria es -o era- una «sociedad enferma», lo realmente enfermizo es querer cercenar la pluralidad de una sociedad a base de leyes, hasta el punto de negar la realidad por medio del fraude electoral. Negar la realidad no equivale a cambiarla, sino todo lo contrario. No es un cambio en sentido progresista, sino en sentido abiertamente reaccionario. Y como tal supone un reforzamiento de las posturas y una mayor determinación para lograr sus objetivos legítimos por parte de quienes son negados y reprimidos. Los últimos meses, desde la huelga general convocada por la mayoría sindical contra los responsables de la crisis económica hasta la multitudinaria manifestación de ayer por los derechos de los presos políticos, han dejado claras muestras de ello.
Es cierto que el unionismo sigue teniendo en su mano el derecho a veto concedido por la Constitución española, que además ha sido potenciado por las estructuras y leyes engendradas a su amparo. Su objetivo es claro: bloquear el independentismo. Pero la manera grosera, brutal y obscena con la que pretenden lograr ese objetivo les está llevando a lograr lo opuesto. El unionismo, a fuerza de apretar, está dejando mucho terreno de juego libre para un movimiento político plural que en el fondo no hace sino reivindicar valores comunes a una gran mayoría de la sociedad vasca. Al reivindicar la negación, la imposición, la opresión, la dependencia, etcétera el unionismo niega derechos, libertades, diálogo, soberanía... En definitiva, niega la democracia y con ella valores políticos y morales que están inmersos en una sociedad acostumbrada a la lucha y que anhela un futuro en paz y en libertad. Un futuro que pasa por poner en marcha un proceso democrático que dé lugar a un nuevo ciclo, un escenario en el que todos los proyectos políticos legítimos compitan libremente para lograr el apoyo de la mayoría, siempre en base a criterios democráticos básicos.
Tradicionalmente el PNV es de la clase de partidos que amolda su programa a lo que dicen las encuestas. Ayer no estaban en la manifestación ni Urkullu ni Egibar. El EBB debería afinar sus prospecciones, porque el sentido del cambio que puede prender en la voluntad popular vasca no tiene ni sentido conservador ni sentido reaccionario, sino democrático y, por lo tanto, progresista.
La amnistía es parte de esa agenda para un cambio real.