Empachan tanto los polvorones como los discursos. Incluso ahora son muchos los ciudadanos empachados de resúmenes y profecías. Las lavativas o edemas deberían ser de poesía biodegradable. Lo de los resúmenes me provoca siempre caudales inmensos conmiseración: pienso en el redactor o auxiliar encargada de buscar las efemérides y ponerlas en una relación para que llegue el jefe y vaya tachando y añadiendo según sus intereses más partidistas. Después, hay que cotejarlas, aunque ahora existen programas que las elaboran casi automáticamente.

Lo de las profecías es un juego más entretenido, y siempre que no sean los supuestos especialistas en economía o ETA, al resto me los tomo con cierto aire de complicidad en la dosis de cinismo empleada. Incluso los que vaticinan quién ganará la liga o quién saldrá elegido en algún lugar o cuándo saldrá la sentencia del Estatut de Catalunya los acepto con retranca porque me parecen ejercicios virtuales que poco intervienen en el precio de la pecadilla fresca, que va a ser el plato de mis excesos en los próximos meses. Hay que combatir el empacho, hay que desengrasarse, acabar con el síndrome metabólico, recobrar la autoestima sin recurrir a la exteriorización del problema prometiendo empezar colecciones fasciculares, apuntándose la gimnasio o al euskaltegi.

Estos días tan cargados de sensaciones, con este clima tan incitador a la introspección, con la nevera plena de residuos, no se puede repasar el pasado, ni aventurar el futuro. Lo único posible es sobrevivir al presente. No se puede casi ni decir nada más sobre la manifestación por los derechos de los presos del sábado. Nada. Que hablen los estadísticos y los paniaguados analistas.

Y a los que no les sale la realidad como la habían diseñado les cedo una propuesta de fácil asimilación hasta para los creadores de imagen de López: que le abran un espacio en sesión continua en su ETB de Surio y Basagoiti, para que pueda seguir diciendo sus simplezas de manera interminable. Ya tiene pinta de estar totalmente noqueado, pero que vaya soltando sus consignas hasta que acabe como un boxeador sonado diciendo sus naderías, a la nada.