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Crónica | Los efectos de la crisis global

Los tradicionales telares de la isla de la seda, en bancarrota

La mayor parte de los telares camboyanos de tradición artesanal han sucumbido a la crisis global. Se han declarado en bancarrota por el desmesurado precio de la materia prima. Las ONG advierten, además, de la desaparición de una fuente de ingresos para muchas familias y, en particular, el recurso de discapacitados, mujeres víctimas de la violencia o enfermos de VIH.

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Jordi CALVET

En la Isla de la Seda o Koh Dach, la mayor parte de los telares camboyanos que mantuvieron viva durante generaciones la tradición artesanal han quebrado. El kilo de seda se paga actualmente en esta ínsula ubicada en medio del cauce del río Mekong, a diez kilómetros de Phnom Penh, en torno a los 45 dólares, cuando hace un año los artesanos abonaban apenas 25 dólares.

A lo largo de la polvorienta calle principal sorprende al visitante las pocas casas que mantienen activo el rudimentario taller de producción con el telar a pedales de madera y una hiladora improvisada con el engranaje de una vieja bicicleta.

«He dejado de tener beneficios», explica Sokhim, hija y nieta de tejedoras, que trabaja con la seda desde los 14 años.

De lo que gana dependen dos hijos que mantiene sola tras la muerte por malaria de su marido hace diez años.

Con la venta de un sompot (falda tradicional), que requiere hasta cuatro días de trabajo, la mujer gana entre 1 y 2 dólares, cuando dos años atrás conseguía un beneficio neto de 4 dólares. «A este paso, en dos años ya no será posible vender», vaticina Sokhim, y añade que de los 300 artesanos que había en 2007 quedan apenas un centenar.

Recurso para desfavorecidos

Muchos optaron por buscar un puesto en las fábricas textiles de las afueras de Phnom Penh, pero el cambio no es siempre una alternativa. «Estuve en una fábrica pero he vuelto a trabajar con la seda. Ni allí ni aquí se gana mucho dinero», confiesa Mary, otra mujer de Koh Dach.

No sólo los habitantes de la isla se resienten de la escalada de precios. Decenas de organizaciones no gubernamentales confían en la producción de artículos de seda para ayudar a los más desfavorecidos: discapacitados, mutilados, mujeres víctimas de violencia doméstica, enfermos de VIH y el sida.

Justo enfrente del Museo del Genocidio de Tuol Sleng, en Phnom Penh, se encuentra uno de los talleres de Cambodian Handicraft Association (CHA), una cooperativa formada por discapacitados víctimas de minas o de la poliomielitis.

«Ha subido todo, no sólo la seda. El precio del relleno de los muñecos se ha duplicado. En cambio, nosotros apenas hemos subido los precios de venta, porque no venderíamos nada», explica el director de CHA, Hay Kim Tha. «Hemos facturado la mitad que el año anterior en esta tienda durante 2009», apunta Hay, para explicar que también les cuesta más colocar los productos, y concluye: «Es la crisis».

CHA ha tenido que recortar gastos para mantener los ingresos de los trabajadores pero, a diferencia de los artesanos de Koh Dach, dispone de la ayuda de algunas ONG, que colaboran financieramente y para que encuentren clientes en el extranjero.

Por eso, Hay es algo más optimista que el vecindario de la Isla de la Seda y confía en que, «cuando pase la crisis, los precios bajarán otra vez».

Camboya ha pasado de reconocido productor de seda de calidad a depender de la importación de Tailandia y, sobretodo, Vietnam, una situación que como tantas otras en el país encuentra su explicación en el Jemer Rojo.

«Con Pol Pot se cortaron todas las moreras y la producción de seda desapareció para siempre», dice Hay.

«Hace cuarenta años la seda se producía aquí, en Koh Dach, pero ahora tenemos que viajar hasta Phnom Penh a comprarla», apunta Sokny.

Quedan en la actualidad sólo algunos productores de seda en Camboya, en Siem Reap y Takeo.

«Sale más a cuenta importarla que producirla porque en Vietnam tienen máquinas y en Camboya se hace a mano», opina Hay.

 

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