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Catástrofe en Haití

Ni lágrimas de cocodrilo ni silencio: solidaridad con el pueblo haitiano

La tragedia una vez más golpea las puertas de Haití. Esta vez, en la forma de un terrible terremoto grado 7 que ha devastado al país y lo ha convertido en ruinas. Aún no se tienen datos exactos del número de víctimas, pero la Cruz Roja habla de 3 millones de damnificados y el número de muertos podría incluso superar los 100.000, una cifra escalofriante si consideramos que este país cuenta con tan sólo ocho millones de habitantes.

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José Antonio GUTIÉRREZ D. Analista chileno

En este momento tan duro, nos posicionamos como siempre junto al pueblo haitiano. Toda nuestra solidaridad con ellos, hacemos nuestro su dolor e instamos a responder a la llamada de ayuda lanzada por diversas organizaciones humanitarias.

Pero no podemos dejar de sentir justa indignación ante la hipocresía de una «comunidad internacional» que vuelve a derra- mar lágrimas de cocodrilo ante la «incomprensible tragedia» que sufre el pueblo haitiano (Obama dixit), pero que no reconoce su enorme responsabilidad. El impacto del terremoto pudo ser tan devastador, pues estamos ante un pueblo previamente devastado por un siglo de intervenciones militares, de saqueo desvergonzado, de regímenes autocráticos respaldados por Francia y EEUU y de políticas de las organizaciones financieras internacionales destinadas a arruinar al pueblo haitiano en beneficio de unos cuantos.

Un país convertido en una enorme maquila, donde la mayoría de la población subsiste a duras penas gracias a la caridad. No estamos ante un simple desastre natural, sino ante una tragedia de causas sociales. El seísmo terminó la tarea comenzada por EEUU, Francia, Canadá, la MINUSTAH (las tropas de ocupación de la ONU), el FMI y organizaciones de desarrollo fraudu- lentas como US AID.

A ninguno de ellos le importó que el pueblo haitiano se ahogara en la deuda externa contraída por la dictadura de los Duvalier, y nunca hubo mayor «angustia» en extraer hasta el más miserable centavo de un país en ruinas y con una población hambrienta.

A ninguno le importó el pueblo haitiano cuando «hubo» que imponer programas de ajuste estructural en los 90 que tuvieron resultados calamitosos sobre la población, como la reducción de tarifas a la importación de alimentos como el arroz, que redundó en la destrucción absoluta del campesinado, que fue empujado a los suburbios marginales de Puerto Príncipe -dejando a un país hasta entonces capaz de alimentarse a sí mismo sumido en el hambre más brutal, como lo demostraron las rebeliones de hambrientos en abril del 2008-.

A ninguno le importó el pueblo haitiano cuando durante las dictaduras de Duvalier, Namphy, Avril, Cedras y Latortue (que contaron con el beneplácito de Washington y París) se violó, mutiló, desapareció y masacró a miles de haitianos. Algunos, como Jean Claude Duvalier, viven lujosamente en Francia. O Raoul Cedras, que gracias al dinero que recibió como parte del trato con los EEUU que puso fin a su dictadura, se convirtió en un respetable hombre de negocios.

A ninguno de ellos le importó el pueblo haitiano cuando aparecieron miles de denuncias de los abusos sexuales cometidos por las tropas de la misión «civilizadora» de la MINUSTAH, que continúan ocupando, violando y asesinando impunemente en Haití, como lo demuestra la repatriación a Sri Lanka de más de un centenar de Cascos Azules de ese país en noviembre de 2007, culpables de centenares de violaciones y que jamás enfrentaron ni una pantomima de justicia.

A ninguno le importó el pueblo haitiano, cuando las maquilas distorsionaron la economía de ese país, pagando sueldos miserables a los obreros mientras los abusos de toda naturaleza están a la orden del día.

La lista de razones para estar indignado ante las hipócritas declaraciones de pesar de Sarkozy, Obama, Ban Ki-Moon, Lula... es demasiado larga como para continuar. Pero digamos, sencillamente, que mientras más miserable es un pueblo, más fuerte- mente será golpeado por los azares de la naturaleza. Y es esa miseria la causada por las fuerzas de un modelo impuesto mediante dictaduras y presiones internacionales.

Esperamos que la solidaridad de los pueblos del mundo con Haití sea contundente. La solidaridad es la ternura de los pueblos. Y esperamos que esa solidaridad de la cual miles de vidas dependen hoy, se haga llegar y no se enrede en una maraña de ONG. Hay muchas de indudable reputación, como Cruz Roja, que estarán realizando valiosas labores de asistencia; pero junto a ella también aparecen tiburones con los que hay que tener ojo. Son las organizaciones populares haitianas las que deben estar alerta para que la ayuda llegue a quienes la necesitan y se distribuya de manera eficiente. También esperamos que no llegue una invasión de «hombres blancos» de ciertas ONG a realizar tareas como la construcción de casas, que los mismos haitianos pueden realizar perfectamente y más con niveles de desempleo que rondan el 80%.

Para terminar, llamamos a la solidaridad. No sólo ante esta tragedia que nos conmueve a todos los que tenemos corazón, sino una solidaridad que escarbe en las ruinas para entender que la tragedia haitiana es más profunda que un terremoto grado 7; en fin, una solidaridad que obligue a replantearse las relaciones que mantienen las grandes potencias con nuestra región, relación de la cual Haití no es sino el ejemplo más espantoso.

Una solidaridad que nos mueva a comenzar a cuestionar cada vez más el rol que juegan, por ejemplo, tropas de la mayoría de los países latinoamericanos en una ocupación militar que ha tenido un efecto tan devastador como el del terremoto, aunque ahora quieran borrarlo tomándos fotos repartiendo bolsas de arroz a los damnificados.

evacuación

Las autoridades planean organizar la salida masiva de damnificados a campamentos en las afueras de la ciudad, ya que se teme que la situación empeore cuando lleguen las lluvias por la proliferación de enfermedades. También sopesan la posibilidad de llevar a cabo quemas masivas de cadáveres.

pánico

Una nueva réplica del terremoto, en esta ocasión de 4,5 grados en la escala de Richter, volvió a sacudir ayer la isla caribela y a sembrar el pánico en la capital. El epicentro se registró a 25 kilómetros de Puerto Príncipe, donde el temblor obligó a paralizar temporalmente el rescate de las víctimas.

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