Cuando Cilou Annys escuchó su nombre en la gala de Miss Bélgica, pudo haber deducido que algo tuvo que ver en su elección el que por su sangre circule sangre valona y flamenca. Cuando decidió posar para la portada de una revista de Flandes, con su corona, pisando la bandera belga y con su banda distintiva a punto de ser cortada por las tijeras del líder de un partido independentista flamenco, Cilou Annys pudo haber sospechado que, tras atravesar la frontera de lo políticamente correcto, estallaría el escándalo.

Cuando Davy Queen escuchó su nombre en el Centro de Retención de Hendaia, pudo haber pensado que en su expulsión hacia el país del que huyó, algo tenía que ver el color de su piel, su origen, el pasado que dejó al otro lado de la frontera de Sierra Leona. Cuando minutos después decidió zafarse de los policías que la custodiaban y desnudarse en el hall del aeropuerto de Biarritz para protestar por su situación, los representantes públicos que se encontraban allí en la tradicional visita de comienzos de año pudieron haber sospechado que por las venas de aquella pasajera forzosa circula todavía la sangre vertida en una cruenta guerra civil que acabó como quien dice anteayer. Cuando Davy Queen fue derribada, reducida y esposada pudo haber pensado que aquella gente se extrañaría, reaccionaría, se apiadaría. Pero ni siquiera se acercaron a la frontera de lo políticamente correcto. Davy Queen es una reina sin corona, sin portadas, sin papeles, sin derechos. Será juzgada mañana por negarse a cruzar esa frontera que nos separa del tercer mundo. La condena, hace tiempo que le fue dictada. Sin que estallaran escándalos.