Antonio Alvarez-Solís periodista
Órdenes e ideas
A la infantil silogística con la que el Estado español justifica sus imposiciones sobre la ciudadanía vasca, Antonio Alvarez-Solís responde con la lógica del sentido común. Las reflexiones que en las últimas semanas ha hecho públicas la izquierda abertzale han sido respondidas con un guión preestablecido por la mentalidad castrense de un Estado no habituado al debate de ideas. El periodista madrileño realiza aquí una reflexión al respecto que el Gobierno de Madrid pretende silenciar.
Recuperar la dignidad social es hoy un menester urgente. La dignidad social reside en los pueblos y en los individuos. Sin ella viven en la derrota. Un pueblo al que se le arrebata la dignidad se le deja sin alma. Esa es, al menos, la pretensión de quien le viola. De ahí las violencias con que pueden responder los agraviados. Como siempre en estos casos en que un concepto verbal es distorsionado malévolamente para transformarlo de derecho en delito, recurro en principio al correcto significado lingüístico que ha de darse a ese concepto. Hay que someter la lengua también al escáner. Dignidad: «Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse». Ahora sigamos el viaje. Recuperar la dignidad social es quizá el primer trabajo revolucionario en un mundo de cazadores desaprensivos; de falsificadores. Urge, por ejemplo, recuperar el uso de la dignidad mutua cuando se trata de intercambiar seriamente ideas. Ver en las propuestas del adversario una sencilla intención de intercambio de pareceres en torno a cosas y situaciones constituye una exigencia elemental para abrir camino a algún tipo de creación moral. Ser digno y creer digno al otro. No se puede transformar en insidia o atentado lo que no es más que propuesta; no se debe interpretar como perfidia lo que precisamente trata de clarificar una situación compleja o confusa. Es cierto que siempre hemos de producirnos con prudencia previsoria, pero teniendo en cuenta que la oferta de diálogo, por ejemplo, no tiene más prueba en contra de su previsible buena fe que la contradicción que siga en el ejercicio de la idea postulada. Y esa prueba en contra no se inicia con una precoz especulación vaporosa, maliciosa o frívola, cuando no nutrida por apetencias alimentadas insidiosamente -por ejemplo la pretensión de dominio- y que ya desvelan su primera voluntad malintencionada sometiéndolas a la poderosa presión inicial de medios coactivos por instituciones determinantes. Un ejemplo preciso al respecto: la promulgación de la Ley de Partidos. Otro ejemplo: la predeterminación del ejercicio judicial. Proceder con indignidad, es decir sin gravedad y sin decoro en este escenario, con afán de desmerecimiento, equivale a destruir la trabazón y el vigor sociales en cuyo seno han de robustecerse la democracia y la libertad. Es destruir el cuadro envileciendo el marco.
Durante las últimas semanas la izquierda abertzale ha hecho públicas una serie de propuestas para desbrozar el camino que permita la incorporación de miles de vascos al menester político, del que han sido separados por leyes deshonestas y actuaciones inadmisibles. Esas propuestas son consecuencia de un debate abastecido públicamente con razones que deben ser tomadas en cuenta en el ámbito del poder para producir el enriquecimiento político, a no ser que este poder haya decidido reducir el ámbito del juego político a su propia conveniencia y mediante armas indecorosas. La publicación de las intenciones de la izquierda abertzale de defender pacíficamente en el marco cívico e incluso institucional su postura nacionalista o sea soberanista, ya que los dos términos son sinónimos en el análisis del lenguaje, ha sido recibida con un claro rechazo inicial apelando a que esa izquierda maniobra a las órdenes de la organización armada ETA. Es más, el argumento de sumisión a ETA produjo la ilegalización de partidos sólidos, con lo que esa ilegalización ha producido en cadena la ilegalización de todos los que se produzcan con confluencia ideológica con los ilegalizados. Así se ha construido un muro que impide el libre contraste de las ideas ya sea en la calle o en las instituciones vascas, lo que ha producido una situación de emergencia nacional a cuya sombra los poderes represores tienen vía libre para neutralizar a una ciudadanía muy extensa.
Esta es la situación en que, además, se exige una condición degradante: que nunca se produzca una identidad siquiera verbal con ETA. Es tremenda esta exigencia de la castración unilateral del lenguaje, en el que tantas cosas pueden significar tantas cosas. Más aún, los represores exigen que se pruebe la absoluta libertad respecto a ETA mediante un expediente tan elemental como agraviante: que se condene a la organización armada por su violencia, lo cual supone admitir que hasta ahora el abertzalismo de izquierda ha estado dirigido por un afán violento, en el marco de una sumisión elemental y solamente supuesta por coincidencias verbales tan comunes a muchos vascos como es la petición de independencia; aparte que entrar en el alma del acuciado con una petición tan maliciosa, por apoyarse en un distinto valor jerárquico -ciudadanos que mandan y ciudadanos que obedecen- equivale a una rendición indebida y absurda, ya que en momento alguno se solicita a la vez como condenable la palmaria violencia contraria, ejercida de mil modos distintos por las instituciones invadidas y, tras ello, invasoras.
Durante las últimas semanas la izquierda abertzale ha sufrido una persecución que nos regresa a épocas de memoria dolorosa en la historia de España. Una época en que la razón se deducía de las órdenes previa y globalmente aprobadoras o condenatorias y las ideas aprisionaban las palabras en un cercado en que se triaba lo válido y lo inválido.
La cuestión es ésta: ¿los abertzales de izquierda reciben órdenes o tienen ideas? Parece absurdo que una masa tan amplia de ciudadanos como la que integran ese abertzalismo, amén de los que están con ellos en la defensa de la vasquidad, constituya un puro mecanismo de transmisión. De aceptar esta disparatada hipótesis podría plantearse si los votantes socialistas son una estricta e inerte herramienta del Gobierno de Madrid en vez de constituir la razón de ese Gobierno. Es una meditación que tendrían que hacer el Sr. Zapatero y los que manejan el aparato del partido. Los habilidosos creadores de conspiraciones quizá aleguen que los dirigentes del abertzalismo son investidos de su dirección por ETA, lo que jamás ha sido demostrado materialmente sino mantenido mediante juegos elementales de lógica infantil. Es más, la ideología abertzale es previa históricamente a la aparición de ETA, que fue constituida por una minoría combatiente que estimaba ineficaz el solo camino de la acción política. Esto último que dejo escrito negro sobre blanco está avalado por el giro que se ha dado a la desaparición violenta de «Egunkaria», cuya dependencia de ETA ha resultado insostenible. A mí me gustaría saber qué van a hacer socialistas y «populares» a medida que los presos políticos que tienen en prisión no puedan ser acusados seriamente de militancia formal o secundaria en la organización armada y que toda confluencia con la misma se derive de una cierta concordancia de ideas plenamente políticas y que son mantenidas por partidos legales, al menos hasta ahora, así como por voluminosas masas de ciudadanos que han decidido manifestarse enérgicamente en la calle. España está convirtiéndose, merced a su furia represora en Euskadi, así como por sus fracasadas políticas en otros numerosos ámbitos, en un Estado cada vez menos apreciado en Europa. España une a la furia el ruido, lo que la deja sin credibilidad alguna. La falta de consistencia ideológica de Madrid hace que sus movimientos susciten la sorpresa o la ironía en los ámbitos internacionales. Supongo que de todo ello hará la meditación correspondiente el Sr. Zapatero mientras asista al desayuno religioso a que ha sido invitado por el Sr. Obama, a cuyo entorno irónicamente vengativo podría atribuirse este hermoso y espiritual acontecimiento.