La conferencia sobre la ayuda y reconstrucción de Haití celebrada ayer en Montreal debería al menos haber incluido la reflexión en torno a la ayuda humanitaria en dos aspectos. En primer lugar, el que plantea la pregunta de por qué esas conferencias se organizan cuando una catástrofe causa repentinamente grandes pérdidas humanas y materiales, y no cuando esas pérdidas ocurren poco a poco, día a día. En segundo, hasta qué punto dicha ayuda es desinteresada. La catástrofe de Haití ha colocado en su sitio a quien ha decidido unilateralmente el control y la gestión de la ayuda, una gestión repetidamente criticada, lo que deja más en evidencia la verdadera preocupación por quienes han padecido la desgracia, pero también a quienes lo que en realidad han criticado ha sido el hecho de haber quedado relegados. Muchas más preguntas se hacen inevitables a medida que pasan los días. ¿La ayuda más urgente ha sido y es el envío de soldados? ¿Esa suerte de «plan Marshall», ocurrencia del director gerente del FMI, es lo más idóneo para los haitianos? Es inevitable la sensación de que existe «ayuda humanitaria» que en realidad aprovecha el desastre para satisfacer intereses propios. Y, por último, también sigue pendiente la reflexión acerca de la inoperancia de la ONU y la necesaria democratización de ese organismo.