CRíTICA cine
«Invictus»
Koldo LANDALUZE
Clint Eastwood es una autor que se desenvuelve con gran soltura entre tinieblas, se diría que estos territorios son los más apropiados para que sus personajes saquen a relucir sus dudas y emociones más extremas. Los acordes de jazz envueltos en humo y penumbra de “Bird”; la irrupción de William Munny bajo la lluvia en “Sin perdón”, el terrible cuento que, bajo una luz tenue, relata Tim Robbins a su hijo en “Mystic River”, el perfil sombreado de la boxeadora de “Million Dollar Baby” mientras se entrena a solas en el decrépito gimnasio, los túneles japoneses de “Cartas desde Iwo Jima” o el duelo desarmado de “Gran Torino”, conforman ese espacio casi fantasmal del que surgen los personajes eastwoodianos. Por todo ello, y a pesar de aquel magnífico ejercicio cinéfilo que fue “Cazador blanco, corazón negro”, resulta muy difícil identificar a Eastwood con la luminosidad y colorido africano que envuelve este biopic que adolece de profundidad.
Al igual que en proyectos como “Banderas de nuestros padres”, el autor se limita a cumplir con el expediente y hecha mano de su experiencia y talento artesanal para sacar el mayor rédito posible a este «encargo» servido a partir de una historia huérfana de narraciones colaterales y que, únicamente, se erige como un homenaje muy hollywoodense a Nelson Mandela. La convulsa situación política de Sudáfrica apenas se vislumbra a lo largo del metraje y todo se reduce a un compendio de frases testimoniales servidas por un Morgan Freeman, que se ha entregado a fondo a la hora de meterse en la piel de Mandela en este su muy personal proyecto.
Lastrada por una narración muy sesgada y excesivamente preocupada por resaltar sus buenas intenciones raciales, “Invictus” se muestra como un proyecto bien elaborado técnicamente e interpretado por un notable reparto pero que carece de lo más importante, de esa emoción que huye de los subrayados grandilocuentes: aquella que nace de las mismas entrañas penumbrosas del alma y la conducta humana.