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Gloria Rekarte preso-ohia

Cruzadas

 

Espada en mano y al grito de Deus le volt, los ejércitos cristianos dejaron, durante 3 siglos y 8 cruzadas, su estela de sangre en territorios que no les pertenecían. El fervor religioso y la guerra santa (lo que llamamos fundamentalismo si hablamos del Islam), ocultaba los intereses expansionistas de reyes, y nobles feudales y el insaciable afán de poder de los papas. Espada y arcabuz en mano, los conquistadores españoles precedieron a monjes y sacerdotes, abriendo camino a sangre y fuego a la evangelización de las Indias. Bajo la advocación de María Santísima compartieron los goces de la encomienda divina y los frutos de la imposición, el genocidio y el expolio.

A golpe de látigo y potro, la Inquisición se dedicó, para mayor gloria de Dios, a la tarea de terminar con el entorno satánico, sometiendo a interrogatorios demenciales a cientos de desgraciados sobre los que pesaba la denuncia de ser judaizante, nigromante, bruja o cabalista y mandando a la hoguera a los que sobrevivieron a los largos meses de tortura. Con las armas en la mano, los golpistas asesinaron por Dios y por España a miles de personas mientras la iglesia saludaba con el brazo en alto la nueva Cruzada y permitía que paseara bajo palio el dictador.

Ester Lakasta contaba hace días que cuando le preguntaron al obispo Sebastián si le parecía cristiano el castigo añadido de la dispersión, se limitó a responder «pero yo no llevo pistolas». Puede que olvidara la historia de una iglesia que cuando no ha empuñado las armas, las ha utilizado y cuando no, las ha bendecido. O que tenga la dispersión por la nueva cruzada, otro Deus le volt. Otro por Dios y por España.

 
 
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