Un marco propio para poder construir un modelo socioeconómico más justo
La repercusión de la crisis económica global no está afectando por igual a todos los estados europeos. Evidentemente, todos los países que han dejado la gestión de su economía en manos de los adalides del neoliberalismo están padeciendo situaciones similares porque las raíces de esta crisis mundial se encuentran en el propio sistema capitalista, cuya prioridad máxima es obtener el máximo de beneficio posible a costa del trabajo de la mayoría de la población para que lo acapare una élite que, por definición, es antagónica de la democracia. No obstante, por debajo de la estructura ideal del capitalismo sobreviven distintas culturas sociales, algunas de las cuales han dejado cierto poso de solidaridad entre las clases más desfavorecidas o una especie de respeto interclasista; no se trata de bondad o caridad de tinte religioso, sino de la búsqueda de un equilibrio social basado en entender que todas las personas tienen unos derechos comunes, aunque entre ellos no se incluya la igualdad económica.
En el contexto europeo, es en esas diferencias sociales donde hay que buscar las causas de que la crisis económica esté teniendo un impacto social muy desigual entre unos estados y otros, o incluso entre algunas «regiones» y otras dentro de los mismo estados. Esa realidad que se constata en cada viaje hacia el norte, el sur, el este o el oeste de Euskal Herria, debe hacer reflexionar al conjunto de la ciudadanía vasca sobre el lugar en el que nos encontramos en la escala socioeconómica de la UE y cuál es el destino que nos espera si seguimos dependiendo de dos ejes políticos que giran a distinta velocidad y se desplazan en diferente sentido, pero que coinciden a la hora de impedirnos que nos emancipemos de sus respectivas fuerzas centrípetas.
El continuado declive español
El eje anclado en Madrid está mostrando su continuado declive de forma muy clara en las últimas semanas, en las que el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha ido tambaleándose del terreno político al económico recibiendo un golpe tras otro. Como analiza GARA hoy mismo en las páginas precedentes, el primer ministro español se ha hecho visible en el contexto internacional, al asumir la presidencia semestral de los consejos de ministros de la UE, en el peor momento para sus intereses, cuando más patentes se han hecho todas las carencias estructurales que mantienen al modelo socioeconómico español en el furgón de cola comunitario.
Los agentes políticos y económicos que -junto a los aparatos militar, judicial y policial- dirigieron la denominada transición se encargaron de «controlar» al potente movimiento obrero y fueron «domesticando» a las fuerzas políticas y sindicales que a priori tenían la capacidad de transformar el modelo heredado de la dictadura franquista. Y así llegó la reconversión industrial, con un impacto brutal en Euskal Herria, que esos mismos agentes optaron por «superar» quedándose de brazos cruzados a la espera de que llegaran, como finalmente sucedió, las ayudas a fondo perdido desde Bruselas. La tradicional cultura política y económica española impidió que esos fondos se convirtieran en inversiones de futuro, y las recogió como si se trataran de un subsidio eterno para seguir cruzados de brazos mirando qué bien funcionan las locomotoras europeas.
Ése es el modelo que está siendo tan criticado en las altas esferas de la UE y que ha sido utilizado en los últimos días por los especuladores de los mercados bursátiles para dar un fuerte tirón de orejas al Ejecutivo español. Y esa cultura socioeconómica puede arrastrar a la mayor parte de Euskal Herria hacia un oscuro porvenir.
Movimientos incomprensibles en Euskal Herria
Esperar que desde Lakua, con la dirección de su proyecto identitario compartida por el PSE y el PP, o desde Iruñea, de la mano del tándem UPN-PSN, se impulse la construcción de un nuevo marco socioeconómico para nuestro país es, a fecha de hoy, tanto como esperar peras de un olmo. Por eso resulta cada vez más difícil de entender qué pretenden ciertas fuerzas abertzales cuando, en momentos como éste, crean esa imagen ficticia de «normalidad» política con reuniones como las mantenidas por una delegación del PNV presidida por Joseba Egibar con los dirigentes del PP en Gipuzkoa o la del cuatripartito de NaBai con el PSN. Paradójicamente, el resultado más llamativo de ambas reuniones ha sido el desprecio con el que unos y otros han sido tratados después por sus interlocutores. Ayer, Alfonso Alonso (PP) se atrevió a acusar al partido jeltzale de ser «el tonto útil» del que se se sirve Zapatero para sacar adelante en el Parlamento español sus planes económicos. Lo que obvió Alonso es que el PNV hizo lo mismo cuando quien necesitaba sus votos era José María Aznar.
Si los burukides jeltzales no han aprendido la lección, ése será su problema. Pero la sociedad vasca sí debe ser capaz de romper amarras para construir un nuevo marco político y un nuevo modelo social y económico. La mayoría sindical vasca está dando señales de que es posible transitar por esa senda sin esperar a que los agentes de obediencia española vean la luz.