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Maite Ubiria Periodista

Los sin derechos y el juez prudente

El año recién estrenado se asemeja a un túnel oscuro para los trabajadores a los que la crisis ha dejado sin empleo. Mientras Sarkozy brinda con las élites en Davos y de la mano de algunos de los principales responsables del descalabro se anima a hacer apuestas sobre el final efectivo de la recesión, el calendario anuncia una sentencia inminente de exclusión para miles de ciudadanos.

En 2008 había en el Estado francés 700.000 personas sin derechos. Agotadas todas las prestaciones relativas a la pérdida de empleo, esos ciudadanos percibían subsidios inferiores a 500 euros mensuales o sobrevivían directamente por la solidaridad de familiares y amigos.

En 2010, un millón de trabajadores franceses franquearán esta frontera y quedarán privados de los ingresos mínimos con los que hacer frente a las necesidades más básicas.

Ése es el retrato humano de una crisis que ha dejado a la intemperie a los trabajadores, ése es el escenario sobre el que se agolpan los gestos de rabia.

Hay jueces que confunden el juzgado con una plaza de toros y sin atender a razones embisten a discreción. No entienden «ni papa» y sus exabruptos, que sólo aplauden los brutos, tratan de poner sordina a la palabra que se alza serena para mostrar el camino seguro de salida.

Hay otros jueces que, sin embargo, entienden «de pe a pa» lo que está en juego y caminan por la senda de la prudencia.

El tribunal de Amiens ha decidido revocar la condena de cárcel y endosar en su lugar una multa económica a unos trabajadores de Continental que no dudaron en destrozar una subprefectura para protestar por el cierre de la empresa.

Esa acción, ciertamente violenta, junto a otras mucho menos publicitadas, fue determinante para que los empleados de «Conti» lograran arrancar a la multinacional una prima de 50.000 euros con la que mejorar sus condiciones de despido.

El juez observó el video. Y comprendió, perfectamente, lo ocurrido. No hubo fallos de traducción. Tampoco de entendederas. Condenó sin endosar un castigo que le retratara como un funcionario incapaz de interpretar la realidad en simples coordenadas de tiempo y lugar.

«La condena sabe a victoria», celebraba uno de los procesados. Exactamente el mismo sabor que anticipamos al final de tantos procesamientos injustos.

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