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Crisis económica e institucional en la UE

La brecha sigue aumentando y la eurozona echa humo

Isidro ESNAOLA

Economista

Más que el déficit del 11,4% del PIB, casi cuatro veces más del 3% permitido, lo que preocupa a la Comisión Europea (que en el informe filtrado por «Der Spiegel» se centra en la economía real) es que el Estado español no tiene músculo económico para revertir la situación. Y no lo tiene porque la productividad de su economía no ha mejorado en la etapa del euro. La productividad es una razón en la que en el numerador se colocan las mercancías y servicios producidos, y en el denominador el trabajo utilizado para producirlos. Se puede medir en especie -tantas mercancías por hora trabajada- o en valor -tantos euros de producto producido por cada euro de salario gastado-. La medida no tiene más importancia. Sí la tiene, en cambio, que para que la productividad de una empresa, un sector o un país aumente debe aumentar el numerador (número o valor de las mercancías producidas) o reducirse el denominador (el salario o el número de trabajadores por unidad producida); o, finalmente, ambas a la vez (que se produzca bastante más con menos trabajadores). Esto último se consigue sólo con un cambio tecnológico que necesita tiempo para dar resultados, de ahí que la Ley de Economía Sostenible (si ése era su objetivo) llegue bastante tarde.

Así pues, quedan dos opciones:

La primera, aumentar la producción. El problema es que no se puede vender en el interior, porque todo el mundo está endeudado, ni en el exterior, porque el comercio mundial está de capa caída por la crisis. El Estado español esperaba que la recuperación mundial empujara a su producción, pero está tardando demasiado. Además, poco tiene que ofrecer en el mercado mundial. Como decía un bloguero, su principal exportación son «trozos de papel», es decir, aquellos valores respaldados por terrenos o promociones inacabadas que no valen lo que se creía (vamos, los restos de la burbuja inmobiliaria). El BBVA enterró esta esperanza cuando la semana pasada anunció unos beneficios menores en el cuarto trimestre al haber decidido cubrir todos los créditos de los promotores, visto que lo que no han vendido hasta ahora tampoco podrán hacerlo en el futuro. Así, cientos de millones de euros quedan enterrados en solares que con el tiempo quizás fertilicen la tierra y den buenos tomates.

La otra opción es reducir el denominador. Y ésta es la medida que se propone desde todas las instancias internacionales.

Lógica no le falta a la propuesta; aunque en la cotización de una moneda intervengan varios factores, la tendencia básica la marca la productividad de la economía. Si cada país tiene su propia moneda y la productividad de uno cae con respecto a la de los otros, su moneda reflejará este hecho y se irá devaluando poco a poco con respecto a las de los países más productivos. Al estar en la zona euro, la moneda no cambia entre países y no refleja esas divergencias de productividad. Es más, al no devaluarse en los estados con menor productividad, en ellos la moneda está sobrevalorada (puede comprar más de lo que debería teniendo en cuenta que los frutos del trabajo son escasos), mientras que en aquellos con una productividad mayor la moneda está infravalorada. El euro en Alemania estaría infravalorado y en el Estado español, Grecia e Irlanda sobrevalorado. Pero mientras en Irlanda la tendencia es descendente desde 2008, en los otros dos es ascendente; es decir, la brecha sigue aumentando.

Lo que preocupa en la UE es que con semejante «brecha de productividad» entre Alemania y Holanda, por un lado, y el Estado español, Portugal, Grecia e Irlanda, por otro, el euro siga cayendo. Además, mientras Grecia sólo supone el 3% del PIB de la UE, el peso de la península Ibérica es casi del 20%, lo que supone una amenaza sustancial para la estabilidad de la moneda.

Bajo el paraguas del euro, algunos socios quedaron deslumbrados por el dinero fácil, mientras otros se afanaban en poner su economía en orden. A partir de ahora, los sindicatos ya pueden centrarse en el tema del reparto del trabajo (más que en los sueldos), porque tardarán en crearse nuevos puestos. Y los vascos ya podemos ir soltando amarras de un estado en quiebra.

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