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«Hay incertidumbres como para mantener el principio de precaución»

El doctor Mario Fernández es un habitual participante en mesas redondas sobre la tecnología transgénica y fue el encargado en este cara a cara de poner sobre la mesa la visión negativa de los cultivos y alimentos modificados genéticamente. «En realidad, las semillas transgénicas no se comercializan más que para aumentar los enormes beneficios de las multinacionales, con la venta de herbicidas y a la vez de semillas de la misma casa, resistentes a su herbicida, un negocio redondo», sostiene.

Mario Fernández López de Ahumada
Asociación por el derecho a la salud-osalde

Máster en Salud Pública y en Atención sanitaria al medio ambiente, es también presidente de Osalde, Asociación por el Derecho a la Salud. Es inspector médico en la comarca de Ezkerraldea y un habitual ponente en debates y charlas sobre contaminación ambiental y su afección a la salud humana.

Joseba VIVANCO | BILBO

Transgénicos sí, transgénicos no. ¿Así de tajante o caben matizaciones?

Mi opinión es rotunda: alimentos transgénicos no. La biotecnología tiene otras aplicaciones en medicina que, aun pudiendo ser cuestionadas desde distintos puntos de vista, pueden suponer avances: la vacuna recombinante contra la hepatitis B, la hormona del crecimiento, el interferón... obtenidos por ingeniería genética. Pero los alimentos procedentes de los cultivos transgénicos, en cambio, no aportan ningún beneficio para la nutrición y la salud.

Usted está en contra porque...

Porque, además de no aportar ningún beneficio para la nutrición y la salud, suponen posibles riesgos para la misma e impactos negativos en muchos casos para la agricultura y los propios agricultores, que abrumadoramente se han posicionado en contra de los transgénicos a nivel de todo el mundo, fundamentalmente porque acarrean una mayor dependencia de las grandes multinacionales de las semillas y de los plaguicidas. Las semillas transgénicas, patentadas, no pueden ser guardadas para su siembra al año siguiente y cuestan de dos a cuatro veces más que las semillas convencionales que el agricultor selecciona y guarda para el año próximo como siempre se ha hecho en la agricultura. Desde el punto de vista medioambiental, suponen riesgos importantes; tampoco suponen un menor uso de plaguicidas químicos como sus promotores plantean, sino justo lo contrario; y, por último, se dijo que los transgénicos iban a paliar el hambre en el mundo, pero hoy tenemos ya 1.200 millones de personas hambrientas.

Afirman quienes los defienden que se trata de los alimentos que más controles pasan, más que cualquier otro que nos llevemos a la boca.

Es lo menos que se puede exigir. Téngase en cuenta que se trata de cultivos en los que se ha introducido un gen de otra especie, como es en el caso de la soja RR o del maíz Bt, y que esta situación nunca se da espontáneamente en la naturaleza con los alimentos convencionales, a los que, por cierto, también hay personas que pueden presentar alergia. Las alergias alimentarias se producen precisamente frente a proteínas que se reconocen como extrañas, por lo que es lógico que se estudie la capacidad de estos alimentos, que podrían contenerlas, para desencadenar reacciones graves en quienes puedan consumirlos. Hay maíces, como el «StarLink», que no se han autorizado para consumo humano por su capacidad alergénica.

¿Hasta qué punto son o no perjudiciales para nuestra salud?

Para los agricultores están siendo ya hoy un problema de salud. El glifosato -un herbicida de amplio espectro que ya se venía usando desde los años sesenta y que ahora se aplica a la soja transgénica para que mate a todas las yerbas salvo a la soja resistente- se está utilizando en los grandes monocultivos en cantidades crecientes, incluso mediante fumigación desde avionetas. Es un herbicida que no carece de efectos, tanto agudos como crónicos, sobre la salud. Antes del desarrollo de los cultivos transgénicos tolerantes al glifosato, el límite máximo de glifosato residual en soja establecido en EEUU y Europa era de 0,1 miligramos por kilo de soja, pero a partir de 1996, coincidiendo con el impulso de los cultivos transgénicos, se elevó el residuo permisible a 20 mg/kg. ¡Doscientas veces el límite inicialmente autorizado! Por otra parte, hay quien considera que no está habiendo el seguimiento adecuado de los efectos sobre la salud humana y del ganado del maíz transgénico Mon810.

¿Hay, entonces, estudios que garanticen su inocuidad o hay, al contrario, demasiadas incertidumbres?

En el año 2000 se realizó una revisión de las bases de datos Medline y Toxline por parte de José Luis Domingo Roig y Mercedes Gómez Arnáiz, del Laboratorio de Toxicología y Salud Medioambiental de la Facultad de Medicina de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, para conocer lo publicado en relación con posibles efectos sobre la salud. De esta revisión se concluyó que «existe una notoria insuficiencia de estudios sobre los potenciales efectos adversos de los alimentos modificados genéticamente en la salud animal y humana. Si se han obtenido resultados procedentes de la evaluación toxicológica de estos alimentos, no han sido publicados en revistas científicas y por lo tanto no han podido ser debidamente juzgados o contrastados». Se mantienen hoy incertidumbres suficientes como para seguir exigiendo la aplicación del principio de precaución, porque ausencia de evidencia de daño no es lo mismo que evidencia de ausencia de daño.

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