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ANÁLISIS Acuerdo del hillsborough

Un nuevo paso adelante en el proceso irlandés

El nuevo maratón negociador tras la penúltima crisis del proceso irlandés es la muestra evidente de que el método empleado (dialogar y negociar) es la fórmula adecuada para resolver las diferencias y los eventuales conflictos que estas últimas puedan generar. Es hora ya de que el unionismo deje de presentar cualquier cambio como una concesión a los republicanos y asuma los beneficios que el proceso ha generado para el conjunto de la población.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de análisis internacional (GAIN)

Las diferencias entre las dos formaciones más importantes, Sinn Féin y DUP, habían situado nuevamente a las instituciones surgidas del Acuerdo de Viernes Santo al borde del colapso. Probablemente, la amenaza (algunos sostienen que se trataba de un simple farol) del primer ministro británico, Gordon Brown, de convocar elecciones anticipadas en caso de que se frustrara un acuerdo ha podido acelerar finalmente el acercamiento de las posturas.

Ningún partido se presentaba a una nueva cita electoral en buenas condiciones. Además, un factor clave que retrae a los unionistas de cualquier cita electoral a medio plazo es la más que evidente posibilidad que Sinn Féin resulte la primera fuerza, teniendo que asumir la presidencia de Stormont.

Los unionistas llevan tiempo poniendo sobre la mesa unas estrategias que no concuerdan con la letra y el espíritu de lo acordado previamente. El uso de la baza orangista y la reiterada utilización del manido argumento de «la falta de confianza de la comunidad unionista», no son sino cortinas de humo que intentan negar una realidad que se encamina hacia un cambio político y social muy importante en el norte de Irlanda y que, evidentemente, tendrá sus consecuencias en el futuro de Gran Bretaña y de la propia isla.

El unionismo ha estado acostumbrado, en un primer momento a gestionar la partición de Irlanda mediante un entramado institucional orangista, sectario, y que se asentaba sobre una «supremacía política» que marginaba completamente a la comunidad nacionalista.

Los cambios introducidos tras el proceso de paz y los acuerdos posteriores han supuesto un giro definitivo; de ahí las manifestaciones de los representantes nacionalistas (tanto del SF como del SDLP) indicando que la vuelta a una «situación dominada por el orangismo» es inaceptable hoy en día, y que el unionismo, y sus representantes políticos, deberían interiorizar esa nueva situación y reconocer que los tiempos del «unionismo prehistórico» han acabado.

En línea con todo ello se puede entrever la evidente crisis identitaria que atraviesa el unionismo, perdiendo referentes (Gran Bretaña tiene cada día más grietas) y asiendo esa trasnochada defensa del derecho a veto y el sectarismo como última excusa para no afrontar definitivamente la nueva realidad.

A todo ello se le une otro factor, y es que el DUP, desde su formación, siempre ha priorizado los intereses del partido por encima de los de su propia comunidad. De ahí que las diferencias entre los partidos unionistas perduren hoy en día, y esa situación contribuye aún más si cabe a incrementar la desorientación entre buena parte de los unionistas de a pie.

El temor al cambio le hace, por último, intentar cambiar continuamente las reglas del juego, sobre todo cuando éstas no son beneficiosas para sus intereses partidistas. De ahí las repetidas crisis que ha tenido que atravesar el proceso de paz desde su inicial andadura.

El abanico político centrará buena parte de sus esfuerzos en las próximas semanas en activar la maquinaria electoral ante la cita para elegir a los parlamentarios de Westminster. Desde hace unas semanas se han producido movimientos que han contribuido, además, a generar una mayor confusión entre el electorado unionista. La mayoría de analistas coinciden en que en las próximas elecciones, de mantenerse la actual división del voto unionista (DUP, UUP y TUV), Sinn Féin será la primera fuerza, lo que le otorgará en un futuro la posibilidad de nombrar a uno de sus miembros como primer ministro.

Esa situación ha hecho que buena aparte de los poderes fácticos de esa comunidad se hayan puesto en marcha en busca de alianzas que frenen el ascenso republicano. Así, poco antes de Navidades, miembros muy cualificados de la Orden de Orange mantuvieron una reunión conjunta para lograr candidaturas unitarias entre el DUP y el UUP. Posteriormente, a comienzos de año, se reunieron dirigentes de esos partidos con personalidades del partido conservador británico.

Finalmente, los obstáculos y la falta de claridad, unidas a las diferentes estrategias políticas y las cicatrices sin cerrar de pasados enfrentamientos, han desbaratado la posibilidad de una candidatura común.

A la vista de esa coyuntura, cada partido tensa sus músculos para afrontar el reto. Sinn Féin, a pesar de las presiones mediáticas y la utilización descarada de los affaires en torno a la familia de Adams, se presenta como el mejor colocado para repetir éxitos pasados. Es demasiado pronto para celebrar el anunciado (y tan deseado por algunos) funeral de la dirección del movimiento republicano.

El SDLP está inmerso en un proceso para elegir a su nuevo líder, y nada apunta a que tras ello logre recuperar su peso electoral, perdido hace ya tiempo en beneficio de Sinn Féin.

En el campo unionista manda la división. El DUP afronta el futuro con importantes voces críticas internas. A ello se añaden los escándalos familiares y las sospechas de irregularidades económicas en torno a Peter Robinson. Además, el temor a un posible auge (a costa de su propio electorado) de la Voz Unionista Tradicional (TUV) de Jim Allister, hará que el discurso de los dirigentes del DUP se radicalice en las próximas semanas.

En cuanto al TUV, no termina de arrancar con fuerza, aunque todavía puede aspirar a recoger los votos más intransigentes del unionismo, como en el pasado hizo el DUP a costa del UUP. Finalmente, éste también se encuentra sumido en importantes desacuerdos internos. Su acuerdo con los conservadores, fruto del cual ha surgido la Nueva Fuerza de Unionistas y Conservadores del Ulster (UCUNF) es toda una incógnita, y todavía más tras los últimos movimientos de algunos de sus líderes en torno al fallido pacto pan-unionista, y al reciente rechazo por parte de la dirección del partido de esa fórmula.

Es el momento para que el unionismo en su conjunto deje de presentar cualquier cambio como «una concesión al movimiento republicano» y comience a resaltar los evidentes beneficios que ha generado el proceso, social, política y económicamente, para el conjunto de la población. Porque, como han señalado muy acertadamente algunos, no hay alternativa al proceso de paz ni a todo lo que éste ha puesto en marcha.

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