Dos meses después de su visita a la Gran Muralla, Obama ha cumplido su promesa. EEUU está tratando al gigante chino «de tú a tú».

Forzado por circunstancias de política doméstica, y consciente de que la diplomacia tranquila de Beijing supone un freno insoslayable a sus planes contra Irán, el presidente de EEUU ha decidido pasar a la ofensiva pinchando a China donde más le duele, en sus cuestiones territoriales.

El Pentágono ha anunciado una macro-venta de armamento a Taiwán y la Casa Blanca ha confirmado que el Dalai Lama será recibido este mes en el Despacho Oval.

El listado de «ofensas» se completa con las críticas a Beijing por la crisis con Google y la advertencia de Obama por el tipo de cambio del yuan que aplica Beijing, que Washington considera competencia desleal.

Son signos evidentes de la creciente colisión entre los intereses de EEUU y una potencia, China, que se está despojando a velocidad de vértigo del apelativo de emergente. Una colisión que irá a más con los años.

No debería de extrañar, en este sentido, el marcaje de Obama, quien, para despistados, es presidente de los Estados Unidos de América, no una monjita de la caridad. Y aspira, además, tal y como dejó claro en su reciente discurso sobre el estado de la Unión, a que ésta mantenga su primacía mundial, siquiera a través de su refundación.

Sorprende más la reacción de la Vieja Europa ante el plantón de Obama a la cumbre bilateral de Madrid. Poco se le ha perdido en la jaula de grillos, además aliados, en que se ha convertido la UE.

EEUU vigila su flanco. Y ése habla mandarín.