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Antonio ALVAREZ-SOLÍS Periodista

El hombre que se compró un espejo

Es agnóstico, pero acudió sin dudarlo a presidir el almuerzo religioso de la secta más integrista de Norteamérica. Habla de la solidez de la economía española, pero las dudas sobre la misma han golpeado a la Bolsa europea.

Afirma que jamás tocará los beneficios sociales, pero ha redactado un plan para facilitar y abaratar el despido.

No cree en los libros santos, pero con cuatro millones de parados leyó con unción el pasaje del Deuteronomio en el que se dice: «No explotarás al jornalero pobre y necesitado o a uno de los extranjeros que habitan en tu tierra y en tus ciudades. Págale el jornal ese mismo día antes de que se ponga el sol o porque está necesitado».

Preside Europa, pero ni un solo medio de comunicación estadounidense le dedicó dos líneas en su visita a Washington. Es radicalmente socialista, pero legisla para el bienestar de los banqueros.

Afirma sin rubor que la España cristiana fue la primera nación pluricultural, cuando aquí se destruyó la magnífica obra de El Andalus, que alojaba a cristianos, judíos y musulmanes mediante un juego institucional modélico.

Habla de estado de Derecho cuando España está múltiplemente denunciada por sus torturas a los prisioneros y unos tribunales que interpretan fielmente leyes moralmente prevaricadoras. Miente, desmiente, asevera, niega, promete, olvida, respalda a los suyos y los abandona.

No cree en nada que no sea el día siguiente.

Es, en suma, el hombre que se compró un espejo para preguntarse cada mañana si es el más hermoso del Reino. Habla de todo sin referirse a nada.

Quosque tandem, Zapatero, abutere patientia nostra?

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