Maite SOROA
Garzón, en la cuerda floja
Al juez Garzón le han salido ahora amigos para siempre y enemigos eternos. A mí no me cuenten.
Ayer, en «El Mundo», Santiago González sacaba la daga y empezaba por descalificar a los amigos de Garzón que han firmado un manifiesto en su favor: «El escrito de los abajofirmantes en el que se denuncia `la oblicua maquinaria puesta en marcha' contra Garzón para asestar a `nuestra democracia el peor golpe desde el 23-F', viene a demostrar tres cosas a un tiempo: la facilidad con que se expenden los títulos de intelectual, la generalización en el abuso de la metáfora y que la paranoia, como decía Julia Kristeva, vive en grandes palacios barrocos». Viene a decir algo así como «dime con quién andas y te diré quién eres».
Por contra, el magistrado (jubilado) Luis Segovia, en «La Opinión», sentenciaba que «el auto del juez Luciano Varela contra Baltasar Garzón acusándole de prevaricación por la causa de los desaparecidos por el franquismo, es manifiestamente injusto». Y ¿a qué se debe tanta contundencia? Lo intuimos al leer el párrafo final del artículo: «antes que él nadie condenó como terroristas no sólo a ETA, sino a aquellas asociaciones que expresamente amparaban ideológica y estratégicamente al terrorismo». He ahí sus méritos.
Y también desde la fachenda, Julio Somano, en «La Gaceta», del grupo Intereconomía, se lamentaba: «La caída de Garzón no deja de provocar un sabor amargo a los que hace años admiramos su valentía contra ETA. Le acusaban de resolver su trabajo a golpe de telediario, pero un moderado deseo de protagonismo siempre ha ido ligado al progreso de la Humanidad. Su paso por la política felipista, a pesar de los flashes, descubrió su parte más oscura: su ansia de poder. La misma que le llevó a investigar los crímenes del GAL que ignoró antes de convertirse en un alto cargo; la misma que, pinochets aparte, le hizo pisar el freno de las detenciones a etarras cuando el Gobierno negociaba con la banda. Lo dejó escrito Cicerón: `Para ser libres hay que ser esclavos de la ley'. Pero nuestro juez, jaleado por los que sueñan con el pasado de la II República, se cegó». Una pena. O no.