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Una sonrisa contra el cáncer

Día Mundial del Cáncer Infantil. 15 de febrero. Rubén es uno de ellos. Lleva siete años luchando contra la enfermedad. Y la va ganando. Quiere vivir. Pero la batalla no ha sido fácil. Es más, ha sido muy difícil.

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Joseba VIVANCO

Cada añito que pasa es un bufff....». Para la familia del risueño Rubén, cada 365 días que le ganan en la batalla al cáncer es un alivio. Quién sabe si un regalo. «El próximo 25 de marzo tiene consulta en Madrid para ver qué tal le ha ido este año. Yo le veo bien y voy contenta. Tengo ganas de ir para que le den el visto bueno otro añito más... El día que me den un papel donde ponga que tu hijo tiene el alta médica, empapelo todo el pueblo», deposita la madre, Marijose, todas sus esperanzas. Las que le quedan, y que son muchas. «¿A qué me he agarrado siempre? A él».

Cada año en Euskal Herria se diagnostican casi un centenar de nuevos casos de cáncer infantil. Las alentadoras estadísticas sanitarias enfatizan que tres de cada cuatro logran salir adelante. Pero muchas veces, ser uno de los agraciados no lo hace fácil. Rubén era un niño como otro cualquiera de su Zornotza natal. En noviembre de 2002, con sólo tres años, comenzaron los cansancios, los moratones. «Creíamos que era un trasto o que igual alguien le pegaba», recuerda su madre. La alarma saltó tras una fuerte hemorragia nasal. Todo fue llegar al Hospital de Cruces y de ahí pasar a Cuidados Intensivos. «Nos dieron 72 horas... como mucho», rememora hoy, sentada en la cocina de su casa, junto a un sonriente Rubén al que le hemos `rescatado' mientras prepara un examen de Matemáticas. ¡Con los exámenes que la vida le ha hecho aprobar...!

Leucemia linfloblástica aguda. Ése era el diagnóstico. «Ha sido un caso muy difícil», reconoce su madre. Pero Rubén es un luchador nato. Aquel ultimátum no pudo con él. Pero los tratamientos posteriores no funcionaron. «Fue difícil sacarle adelante», se repite Marijose. Dieron con uno -«fuerte», apostilla Rubén mientras escucha el relato-. Y en agosto de 2003, un autotrasplante funcionó... dos años. «La recaída fue horrorosa. Lo peor. No lo esperábamos», prosigue. Un día, sin más, se cayó de culo y empezó a quejarse de las piernas. El cáncer había vuelto. «La dichosa enfermedad», se lamenta.

Otra vez vuelta a empezar. «Sabes ya mucho, pero tienes muchísimo miedo». Fue difícil volver a sacarlo adelante. Pero el tesón de Rubén y la insistencia del personal médico y sanitario de Cruces pudieron con el mal. «¿Lo malo sería volver a empezar, eh?», interrumpe de improviso el pequeño, al tiempo que todos en la cocina reímos. En otra situación, el comentario se antojaría inapropiado, pero tras unos minutos de conversación, es más que evidente que en aquella casa, hoy, reina la sonrisa.

Pero Rubén seguía necesitando un salvavidas definitivo. La solución, el trasplante de médula. Sus padres no eran compatibles, así que surgió otra posibilidad: recurrir a un cordón umbilical. Acudieron a Madrid, les dieron el visto bueno, volvieron un mes después para asegurar todo y... el cáncer había vuelto otra vez. Hubo que descartarlo y vuelta a empezar. Se consiguió resumirlo de nuevo, al tiempo que aparece un donante de médula compatible. «Vamos otra vez a Madrid, entramos en el despacho del médico y nos dicen que el donante se ha echado atrás. Eso no es justo. No había palabras de consuelo, pero los médicos yo creo que siempre tienen un as en la manga», relata Marijose.

El 30 de marzo de 2007 -resulta curioso cómo las fechas exactas se quedan grabadas en la memoria- procedieron al trasplante de la médula de la madre, que aunque no era del todo compatible, es una alternativa que se está empezando a utilizar como último recursos. «Era eso u otra recaída. No nos dieron muchas esperanzas, pero al final fue lo mejor de la vida... ¡Y la solución estaba todo el tiempo a su lado!», desorbita sus ojos la madre, mientras Rubén vuelve a dar muestra de su inagotable humor: «¡Te tenía fuera y ahora también aquí dentro!». Y más risas.

«La alegría me la da todos los días»

Aquello resultó. Y hasta hoy. ¿Lo más duro en todo este tiempo? «Es todo. Las 72 horas que nos dieron aquel día fue horroroso, el tratamiento horroroso, las recaídas un palo... ¿Cómo se puede tener tanta fuerza para salir adelante? ¿Cuántas veces va a tener que pasar esta criatura, otra vez, por lo mismo? Yo me decía ¡que quiere vivir! ¡que lo está demostrando que quiere vivir!», gesticula la madre de Rubén. Es verdad, sus ganas de vivir son, como sus esperanzas, inagotables.

Marijose reconoce que la noche anterior a este encuentro no ha pegado ojo. «¡Yo sí!», salta el inquieto pequeño. «No he dormido recordando los momentos puntuales y difíciles que hemos pasado. ¡Es que hay tanto que contar!», se entristece por un momento. Porque no esperemos lágrimas en esta casa. Hoy no. Rubén, se apresura a responder él, no las ha echado nunca. Su madre sí, pero «me prometí que no me volvería a ver así después de un día en que me vio llorando y me preguntó si era por su culpa».

Tienen mucho que contar, pero, matiza, «no quiero hablar de todo porque no quiero que otras familias tengan ese miedo, no quiero comunicar eso, sino lo otro...». La esperanza. Esperanza en la fortaleza del ser humano, por muy indefenso que sea, y la confianza en los profesionales sanitarios a los que no dejan de dar las gracias. «Con mi hijo lucharon y se pelearon por él», insiste.

Las ganas de vivir son la mejor medicina. Ellos son un vivo ejemplo. Y la alegría. «Ésa me la da todos los días», le mira y la mira. Disfrutan cada día. «Tengo ganas de que me den otro añito», confía ella. A Rubén, de momento, lo que le preocupa son los exámenes. Eso, y disfrutar del fútbol, al que ahora puede jugar. Es seguidor del Barça. Normal, ha sufrido ya bastante como para hacerse del Athletic. El `recreo' se acaba. Se hace tarde y hay que volver al libro de Matemáticas. Llega su aita. La familia de Rubén le ha ganado un día más al cáncer. ¿Un consejo para otros niños como él? «Me da vergüenza decirlo, pero que sigan adelante». Y se sonríe.

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