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Antonio Alvarez-Solís I Periodista

La gran trapacería

El artículo analiza en profundidad los acontecimientos que han sacudido recientemente el panorama económico internacional, especialmente el europeo. La debacle del mercado bursátil español ha sido, para el veterano analista, síntoma palmario de una enfermedad más grave: la debilidad del sistema financiero del viejo continente, arrastrado por una moneda única lastrada desde economías como la española, la portuguesa, la griega y aun la italiana. El euro, sostiene, germinó en un sustrato económico contaminado por un capitalismo que hace tiempo abandonó su esencia productiva para abrazar otra eminentemente especulativa.

Leo, burlando el tiempo, la ingente literatura sobre el remedio de la crisis final del neocapitalismo. Los grandes trapaceros europeos ofrecen de consuno seguros remedios para salir del drama. Lo grave es que a los cómodos expertos de la Unión Europea les sobran países como España, Portugal o Grecia para recuperar algún tipo de equilibrio. Incluso dudan sobre la conveniencia de mantener a Italia en el conjunto de los todavía poderosos. Hace bastantes años, algunos analistas, entre ellos el modesto que suscribe, adelantamos que el dogmático postulado de que la moneda poderosa expulsa del mercado a la moneda débil estaba dando paso a otra situación sorprendente: que la moneda débil contamina a la poderosa y la canceriza. Y el euro español o griego es un euro débil. Detrás de ese euro no hay nada.

La crisis actual de la Bolsa española demuestra la avería gruesa que ha causado al sistema financiero europeo. El euro débil ha desangrado a los países que no habían hecho en su día la gran revolución industrial, pero al mismo tiempo arrastra al euro más o menos robusto de Alemania, Francia o los países nórdicos merced a males como la deuda y las inversiones de riesgo.

El error de la moneda única partió de creer que nacía en un espacio homogéneo con una capacidad unitaria de sociedades e invariables del capitalismo clásico: los mismos empresarios, idénticos objetivos de producción, parejos sistemas de consumo. Una visión profundamente defectuosa creyó que funcionaba aún una economía capitalista basada en la producción, pero no tuvo en cuenta que el mundo había optado por la economía especulativa a partir de la guerra de 1939. En cuanto a los países restantes de la Unión, situados en la periferia del Este, fueron tenidos por una reserva de trabajo barato y una franja marginal de consumo. Se creyó en un imperio con colonias interiorizadas y sumisas al gobierno de su propia clase dominante. El resultado ha sido catastrófico.

Y los modos de superar ahora el desencuadernamiento buscan la sombra keynesiana tras el 1929 americano. Este segundo error se profundiza con que ahora no se trata sólo de reactivar unos aumentos de la producción totalmente inconsumibles en el mundo occidental, y aun en parte del asiático, sino en el gravísimo desvío ideológico de considerar el dinero como la gran y única mercancía valiosa. Ni siquiera la producción bélica que con el New Deal puso en marcha las plantas fabriles abandonadas tiene ya valor decisivo para salvar la situación. La guerra es ya permanente, pero no desactiva la voraz especulación de los centros financieros. La crisis sobreviene así como una severa crisis conceptual y no como una serie de corregibles errores del método productivo. El neoliberalismo ha eliminado el alma creadora de la burguesía liberal y ha resecado sus sectores dirigentes. Ya no hay grandes empresarios, sino especuladores que en todo caso recurren a la producción de mercancías por la vía cada vez más empobrecida y débil de la deslocalización y de la subcontratación circunstancial.

Pero de todo esto no se habla con honestidad y ventanas abiertas sino con una trapacería que está produciendo millones de muertos y una vía de agua inmensa en forma de paro. Vivimos un tiempo de crímenes monstruosos de los que se esconde su origen provocando o fomentando por múltiples vías subterráneas acciones terroristas y otras tensiones que inmovilizan aún más a las masas invalidándolas para luchar por el establecimiento de un sistema social radicalmente claro. El predominio del contraterrorismo ha dejado exangüe a la sociedad. En ese marco de miedo, el paro se ve simplemente como un accidente más provocado por organizaciones criminales que dificultan la vida productiva normal, el correcto funcionamiento del capitalismo. Se deja de pensar que el drama es la ruina moral en el mundo empresarial.

Evidentemente la solución del drama universal no está en abaratar el despido para reactivar el mercado -que produce una mortal onda expansiva sobre el consumo- sino en reconocer que ha de cambiarse el alma colectiva para iniciar una época en que el valor significativo sea el ser humano y no la cuenta de resultados, falsificada además por un relato engañoso.

El mercado ya no puede depender de poderes privados. Cuando hace breves días el Gobierno del Sr. Zapatero hablaba de establecer en España el sistema alemán del Kurzarbeit, consistente en reducir los horarios de trabajo y consecuentemente los salarios, cuya diferencia en menos había de cubrirse en un 60% con fondos públicos, que aliviasen también la contribución empresarial a la seguridad social, no se hablaba sino de una simple forma de traspasar las pérdidas al colectivo nacional para mantener la producción y sus plusvalías en manos del intocable mercado privado. El Sr. Zapatero estaba negando con su nueva postura su tan extendida retórica de no tocar nada de los beneficios sociales de los trabajadores. La patronal española acepta, no cabe la menor duda, esta forma de reducir su compromiso salarial. Pero incluso es una patronal que no tiene la conciencia moral -aunque no sea ya tampoco gran cosa- de la patronal alemana, que sigue buscando vías de producción basada en su diferencial con los pueblos que yacen bajo el poder industrial alemán. El empresariado español es elemental y manipulador. La reforma del socialista Sr. Zapatero consistirá en desproteger el despido y en excluir de toda asistencia a jóvenes, inmigrantes y mujeres. Lean sus últimos adelantos sobre la cuestión y verán como el fondo es socialmente indecoroso.

Grandes trapaceros en Norteamérica, en Europa, en países orientales que siguen las normas impuestas por el Fondo Monetario Internacional y por el Banco Mundial, las dos grandes palancas de la economía especulativa. Grandes trapaceros en España, donde los banqueros poderosos hacen gala de la salud bancaria española cuando esa salud se basa en las ganancias no conseguidas con la clásica intermediación financiera para fomentar la producción y el consumo sino en las comisiones, intereses usurarios sobre las moras de los más débiles, en el manejo inmoral de las presiones hipotecarias y por multitud de servicios cuyo cobro supera con mucho a la clásica ganancia por la genuina financiación productiva. Así se explica que cuando los Bancos tienen enormes stocks de viviendas invendibles y restringen el crédito para poner en marcha la producción y el consumo básicos, suprimen toda ayuda al pequeño y mediano empresario y modifican las condiciones contractuales a su gusto, los resultados contables sigan creciendo en cantidades vergonzosas. Esa Banca de la que hace aprecio el Sr. Zapatero que enviará a las Cortes, decididamente inoperantes, una ley de 119 folios -la ley de economía sostenible- hecha de pegotes con todo lo que se ha elaborado de prisa y corriendo para construir un bodrio sin organicidad, sin objetivos sectoriales concretos y sin posibilidad de que el ciudadano del común, y dudo que muchos diputados, puedan entender nada de nada, excepto lo que se refiere a los recortes salariales, a la desaparición de pensiones y al apoyo a las finanzas especulativas.

Grandes trapaceros y grandes trapacerías. Cualquier cosa menos construir una sociedad donde lo colectivo y la invención institucional para crear un poder popular nos conduzcan a la nueva y urgente democracia. Que no; que la cuestión no radica en reordenar el trabajo e invitar al sacrificio salarial sino en crear otra existencia donde el ser humano deje de ser la máquina más maltratada.

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