Helen Groome Geógrafa
Caprichos de niños ricos
Mertxe Renobales, profesora de Bioquímica y Biología Molecular, y premiada por la Junta General del Príncipe de Asturias/ Sociedad Internacional de Bioética por su trabajo «Alimentos más sostenibles: utilización de las semillas transgénicas en la agricultura ecológica», cita en una entrevista en Internet a Pilar Carbonero, catedrática de Bioquímica y Biología Molecular, quien hace unos cuatro años dijo que «la agricultura biológica es un capricho de los niños ricos». No entiendo por qué Mertxe recurre a este tipo de cita para hacer valer sus argumentos.
Me pregunto si a ella y a la Señora Carbonero les gustaría que dijésemos que «la Biología Molecular es un capricho de las niñas ricas». Supongo que no y, además, tengo otros muchos motivos para cuestionar la financiación, orientación y uso comercial actual de la biología molecular, sin recurrir a ese tipo de frases.
De todos modos, para que conste, decir que hasta el siglo XX toda la agricultura era «biológica», si por ella entendemos, al igual que Mertxe en la citada entrevista, una agricultura que «no usa compuestos químicos no naturales». Los mayores problemas de la agricultura empiezan con los procesos de desequilibrios poblacionales entre aquellas personas que producen alimentos y aquellas que no, y con la privatización de los recursos disponibles para producir alimentos, y se complica en extremo con la inmersión de la producción de alimentos en la economía del mercado, particularmente por imponer la necesidad de producir cada vez más a una actividad claramente sujeta a ritmos y ciclos naturales y, por tanto, con límites a su capacidad de crecimiento. La agricultura química es un intento de superar estos últimos límites y, de paso, garantizar beneficios económicos para unos (pocos) intereses. Los desequilibrios naturales y externalidades sociales que ha producido están a la vista de todas.
La agricultura biológica (y más la agroecología) no surge como un capricho, sino tanto como un intento de librarse de los productos químicos como de acometer la producción de alimentos desde una nueva filosofía holística de relación socio-ambiental equilibrada y no agresiva. Trata de casar elementos de la agricultura preindustrial con nuevos conocimientos técnicos. Muchos trabajos documentan las interesantes relaciones entre insumos y producción medidas en términos de unidades energéticas de esta agricultura cuando se compara con la agricultura intensiva.
Y, por motivos muy claros y todo menos caprichosos, en su día, tanto en la Unión Europea como en los EEUU se definió legalmente la agricultura ecológica como aquella que, aparte de no usar productos químicos de síntesis, tampoco usa transgénicos. Un fastidio para los intereses que promueven esta tecnología, claro está.
Y una, que ya no es tan inocente, tiene claro que, independientemente de la calidad técnica de la obra premiada de Mertxe, hay otros motivos técnicos y un montón de motivos sociales para cuestionarla.