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Txarli Gonzalez y Antxon Gomez Miembros de la izquierda abertzale histórica

Españolismo, autonomismo, independentismo, transversalismo y mentiras

Por decirlo meridianamente claro, el PNV hoy por hoy representa al autonomismo, pero de ninguna manera al independentismo asentado en al menos una tercera parte de la ciudadanía vasca

Una de las grandes mentiras con las que se intenta cortocircuitar sistemáticamente cualquier posible solución del contencioso vasco por parte de aquellos interesados en su prolongación hasta el infinito es la denominada «transversalidad». De esta pretendida «transversalidad» hizo su particular bandera Josu Jon Imaz en su fase de presidente del PNV, previa a su nombramiento como directivo de una multinacional petrolera española y antes de convertirse en asesor preferente del actual Gobierno ilegítimo de Gasteiz.

El concepto de transversalidad, planteado como el acuerdo entre grandes familias ideológicas de Hego Euskal Herria (españolismo y abertzalismo) en aras a superar las diferencias de adscripción nacional de la ciudadanía, parece intachable desde un punto de vista democrático. Pero tal y como los correligionarios de Imaz y el PSOE lo presentan no es sino un subterfugio.

Hagamos un poco de historia. El PSOE, y más en concreto su sucursal vascongada, el PSE de Eguiguren, se llenan la boca con la dichosa palabreja. Sin embargo la Constitución española fue en Hego Euskal Herria una imposición por parte de la minoría españolista a una mayoría independentista y autonomista. Las cifras del batacazo del referéndum constitucional en nuestro país cantan por sí mismas. Posteriormente, el Estatuto de Gernika nace de un acuerdo entre españolistas y autonomistas marginando a sectores independentistas. Esta marginación de una buena parte de la sociedad vasca, además del no respeto a la territorialidad vasca y el no reconocimiento del derecho de autodeterminación como mínimo democrático común entre los diversos partidos, está en la base que ha llevado varias décadas después a la curiosa paradoja en la que las fuerzas que avalaron el Estatuto, desde el nacionalismo (PNV y ELA fundamentalmente) consideren que está agotado y abjuren de él, mientras que la extrema derecha del PP, cuyas siglas del momento lo rechazaban, ahora lo ensalzan.

La gran mentira del supuesto transversalismo de Imaz, Urkullu y López es que un acuerdo PNV-PSOE continuaría marginando como en anteriores ocasiones al independentismo. Por decirlo meridianamente claro, el PNV hoy por hoy representa al autonomismo, pero de ninguna manera al independentismo asentado en al menos una tercera parte de la ciudadanía vasca. Esto quiere decir que cualquier posible acuerdo transversal debería de pasar obligatoriamente por los sectores españolistas, autonomistas e independentistas.

Pero claro, Imaz y Patxi López saben que cualquier acuerdo de ese tipo implicaría el reconocimiento de la igualdad de oportunidades en el juego político, y eso se llama derecho de autodeterminación. Respeto a lo que decida la mayoría de este país sobre su futuro, respetando a su vez los derechos de la minoría. Derechos, no capacidad de veto y de imposición a la mayoría con la ayuda del «primo de Zumosol» del Estado Español y sus cohortes de policías, jueces y militares.

Es por ello que la necesidad de articular de una vez por todas el espectro independentista y progresista existente a la derecha del PNV es algo crucial, ante el intento más que probable de una componenda «transversal» PNV-PSOE en forma de nuevo estatuto descafeinado.

Hoy más que nunca se hace necesaria esa visualización social y política del espacio independentista, y la aceleración del trabajo actualmente en curso por parte de los sectores sociales y políticos más dinámicos de este país por conseguirlo. Una vez asentado y consolidado este espacio independentista común, será necesaria la labor de concienciación de esa otra tercera parte de esta sociedad reflejada en todas las encuestas, en la actualidad autodenominada autonomista pero que no cierra la puerta a la apuesta independentista según en qué condiciones.

Los marcos de la lucha ideológica por la independencia están claros. Los de cualquier iniciativa verdaderamente «transversal» también. Por ello, planteamientos como los de Imaz y Eguiguren están condenados al fracaso, al repetir esquemas del pasado y rehuir la existencia de un sector independentista en la sociedad vasca claramente diferenciado del autonomismo jelkide. En nuestras manos está que la visualización de este sector como el hegemónico dentro de la sociedad vasca se convierta en una realidad a la menor demora posible.

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