Josemari Lorenzo Espinosa Profesor de Historia
La universidad invisible
El paisaje universitario y la imagen externa de la UPV parecen siempre en continua transformación. Obras en los edificios, en los accesos, en los aparcamientos, en zonas de ocio y deporte, búnker en Abandoibarra... Casi todos los rectores compiten por dar un toque más o menos aparente a su gestión urbanística colateral y presentar algo distinto a lo anterior, ofreciendo la sensación de cambio y progreso, de la mano (¡cómo no!) del diseño, el cemento, el hierro o el ladrillo. Con más o menos fortuna, nuestra UPV hoy se mantiene en este plano con el «nuevo» equipo rectoral de Goirizelaia.
Todo esto es lo que se ve. Pero hay otras cosas que no se ven tanto y se comprenden todavía menos. Entre ellas, en los últimos años, la UPV se ha ido convirtiendo de forma perceptible en una pancarta «invisible» en manos de tres profesores despedidos que reivindican su problema ocasionalmente acompañados por colaboradores solidarios. Mientras la mayoría de autoridades académicas, representantes sindicales, docentes o estudiantes miraban a otro lado, se iban amontonando los casi 18 años que dura esta grave situación entre represalias, citaciones judiciales, paso por comisarías y golpes de la tropa armada.
Las responsabilidades están bien repartidas. Tanto como las órdenes, los ataques y el desprecio contra los profesores, que en principio fueron cinco y ahora son tres. Muchas personas siguen pasando cada día junto a esta pancarta, sin mirar o sin querer mirar. Entre ellas, los estudiantes, que siempre han sido la conciencia de la sociedad y quienes se han ocupado de denunciar el inmovilismo o la injusticia, se muestran ahora inactivos, bloqueados y colaboracionistas con una situación que todos los días debe golpearles en la cara. Puede que estén muy atareados en favor del Sáhara, Irak o el clima... Pero a la mayoría este asunto, que a mí me parece grave, se les ha debido de pasar. Como en su día se les pasó Bolonia y otros autoritarismos universitarios.
No menos preocupante es que tantos compañeros docentes, veteranos de la lucha antifranquista y algunos también despedidos en su día, se hayan encogido de hombros en su mediocre concha profesional dejando que este asunto se pudra a la vista de todos y envejezca con la pancarta, como un retrato de Dorian Gray cualquiera. Qué pensar de sindicatos o partidos, mejor o peor representados en Leioa, que hace tiempo han arrojado la toalla de este conflicto y se han quedado en sus tópicos y frases hechas.
Y, por supuesto, qué decir de las distintas autoridades académicas, con el nuevo rector y su flamante equipo que todavía no sabemos a qué carta está jugando. Desde luego, el premio principal en este reparto se lo llevan los diferentes rectorados, con sus agendas repletas, sus actos protocolarios convencionales, su burocracia concienzuda y su cortesía inane.
La cuestión de fondo: profesorado propio con contrato laboral, ya está resuelta y aplicada a otros profesores despedidos, así como a quienes han querido acogerse a la nueva normativa. Lo que resta por negociar es tan normal y sencillo que sólo la desidia, o la venganza, pueden impedir su puesta en escena. Se trata de algo tan elemental en el final de cualquier conflicto laboral como la readmisión de despedidos y el reconocimiento justo de su antigüedad, así como el pago de las clases impartidas que la Universidad ya admitió como deuda. Son tres puntos que nadie se atrevería a calificar de innegociables, pero que no se sabe por qué no se negocian.
Hemos visitado a representantes sindicales, hablado con políticos, pasado por el despacho rectoral, discutido con otros profesores, escrito notas, presentado propuestas y gestiones, etc. y con franqueza no podemos entender la poca voluntad que hay en la resolución de este caso. La falsamente llamada comunidad universitaria está dando una imagen penosa y vencida. Tan deteriorada como el vetusto plástico de la honrosa pancarta, que después de 18 años a la intemperie parece una de esas raídas banderas tras las batallas. La institución, los sindicatos, las asociaciones estudiantiles, los claustros, los departamentos, decanos, directore, etcétera están en su línea conservadora sin decir nada, sin defenderse, sin acusar... Pero negando con su silencio el diálogo y el conflicto mismo, e ignorando la permanente denuncia que supone esta pancarta que, a pesar de ser invisible para muchos, ha terminado incrustada en la historia reciente de la Universidad Pública Vasca.