La primavera, la estación del primer verdor, la que nos acerca al verano y nos aleja del invierno, puede ser recibida de muchas maneras. Podemos considerar que su llegada se produce como nos cuenta la mitología griega, con el regreso de Perséfone a casa de su madre, el Olimpo, tras el rapto al que fue sometida por Hades, el señor de los infiernos.

Con algo menos de poesía pero con mucha más antelación podríamos darle la bienvenida, si quisiéramos, a principios del mes de febrero. Para ello, sólo tendríamos que utilizar un antiguo método asiático/irlandés que basa su llegada en la cantidad de insolación.

Si nuestra intención fuera determinar su aparición por los cambios en la naturaleza, en la flora y en la fauna, para establecer el momento exacto de la explosión primaveral tendríamos que recurrir a una ciencia, la fenología, que establece una particular clasificación estacional en función de las diferentes zonas climáticas del planeta.

Pero si quisiéramos guiarnos de los cambios atmosféricos para considerar el momento exacto de la llegada de la primavera tendríamos que dejarnos guiar por la meteorología. Esta ciencia considera primavera en el hemisferio norte al trimestre en el que las temperaturas paulatinamente aumentan e inaugura la estación el primer día del mes de marzo.

Ahora bien, si nuestro deseo es seguir el tradicional método de clasificación de las estaciones, el que tiene en cuenta los acontecimientos relacionados con la posición de la tierra con respecto al sol, sólo tendremos que esperar unas pocas horas. Porque mañana, 20 de marzo, con el equinoccio de primavera daremos oficialmente la entrada astronómica a la estación del verdor.