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Antonio Alvarez-Solís periodista

Dos lecciones importantes

La «charlotada» ocurrida con los bomberos catalanes sirve al autor para comparar algunas características de las culturas políticas española y francesa. Con todas las reservas, Alvarez-Solís ve «cierta madurez democrática» por parte los franceses que contrasta con la irresponsabilidad de políticos, jueces y periodistas españoles.

Dos lecciones importantes en la actualidad de estos días: la una por lo que calla, la otra por lo que dice. Primera lección: ¿no resulta sorprendente, aunque estemos ante una opinión dormida, el silencio que se ha producido en torno al clamoroso error que confundió a cinco bomberos de vacaciones en Francia con cinco militantes de ETA? ¿No tiene el Gobierno de Madrid nada serio que explicar sobre su apresuramiento por publicar el cartel con las fotos de esos bomberos entre los que identificaba, incluso, al más alto de ellos como jefe de los comandos en el seno de la organización armada? En tiempos de la democracia liberal ese error hubiera producido una intensa campaña de prensa y el Congreso de Diputados habría pedido dimisiones importantes. ¿Cómo puede sobrevivir un ministro del Interior a esa equivocación monumental? Pues sobrevive y ha dicho con absoluto menosprecio de la razón que «no se ha hecho lo mejor». Simplemente eso. Yo espero que los cinco bomberos lleven el asunto a los tribunales de una forma enérgica y con amplia exposición de motivos. Y espero también que el Gobierno catalán no eche tierra sobre el asunto dada su fundamental dependencia de La Moncloa. El Sr. Montilla y sus aliados no pueden callar ante algo que entraña un evidente delito por omisión de prudencia por parte de Madrid. Cuando se exhibe a unos ciudadanos como sujetos de terrorismo -y hablo con el lenguaje de quienes gobiernan- no basta con alegar en descargo banalidades que hacen de un Gobierno una reunión de irresponsables. La ciudadanía no está subordinada a los gobiernos ni es un trapo que manejen la Policía o la Guardia Civil. Franco ya ha muerto, según las actas, aunque la verdad es que pervive con creciente intervención en la cosa pública.

La irresponsabilidad, la impunidad, la arrogancia con que proceden los poderes del Estado, encarnados fundamental y despreciativamente en políticos-jueces y en jueces-políticos -como una vieja casta sacerdotal mesopotámica- están llegando a términos que ponen a prueba la musculatura de la calle. Y no sólo hablo de políticos, policías y jueces, unidos en un clásico «¡Santiago y cierra, España!», sino de una gran parte de los medios de comunicación, atados a pesebres que hacen del periodismo una profesión de disminuido prestigio. Quizá la voluntad de reducir el alcance del poder periodístico, que en tiempos brotaba de la calle y estaba estrechamente unido a ella, sea una de las piezas que han convertido la democracia burguesa en un simple aparato dictatorial. ¿Dónde están los grandes titulares críticos para este caso? ¿Dónde los «yo acuso», muchas veces reservados ahora para asuntos-tapadera?

El silencio que se ha tejido en torno a este lamentable a la vez que circense espectáculo desvela, ante todo, la frivolidad con que se gobierna y la inutilidad del Parlamento, como se mostró ya en varios sucesos determinantes. La llamada izquierda no ha dicho nada y la derecha pura y dura, tampoco ¿Se acuerdan ustedes como ha sido enterrado el histórico 23-F? Lo cito no traído por los pelos sino como muestra de calidad obtenida en una autopsia del funcionamiento político actual. ¿Se acuerdan, por ejemplo, de las múltiples piezas de la guerra sucia? Todo yace bajo una losa mientras los gobiernos se suceden en La Moncloa con licencia para escarnecer a la enmudecida moral ciudadana. Sigue vigente la invitación de Franco, fundador de la cosa, a su visita: «Haga usted lo que hago yo; no se meta en política».

Ahora, cinco bomberos andan por la calle como si fuera su día de fiesta en el circo o en la charlotada que hizo famoso al bombero-torero. Y me duele, porque tengo gran respeto a los componentes de los cuerpos de extinción de incendios. ¡Qué capacidad de destrucción tiene el sistema!

Y ahora vayamos a la segunda lección que nos regalan las fechas que malvivimos. Ante todo, una pregunta: ¿por qué los franceses han prestado tan poca atención a la muerte de un funcionario de la Policía y este muerto lo ha reclamado con clamores el Gobierno español? Es más: ¿por qué este muerto ha influido tan poco en las elecciones francesas, pese a ventearlo con energía el presidente Sarkozy? La lección trasuda una cierta madurez democrática. Los franceses aún conservan algo de esa madurez y no se dejaron influir por un presidente que cada día demuestra con mayor vigor que su sangre proviene de otras tierras con ópticas muy distintas. La lectura de la seguridad como lectura más importante, y casi única, para un presidente de la República en elecciones no suele darse en Francia, que ha vivido ya demasiada historia e invención política para enredarse en una red hecha con un solo y simple hilo. Lo grave para el Elíseo es que ahora no se trata solamente de tener a los socialistas enfrente sino de haberse levantado una marea ciudadana con memoria progresista. Una marea que va a rugir sus vientos como lo ha hecho en otras situaciones históricas. En Francia la memoria no constituye solamente el recuerdo sino que es motor vivo de la sociedad. Ya sé que lo que ahora se mueve con energía frente al altivo gobernante franco-húngaro acabará por atenuarse, ya que no están los socialistas por provocar un tsunami, pues no sabrían qué hacer con el desbordamiento; pero lo cierto es que el silencio no amortiza la cuestión en este caso. Se escucha el clamor francés y su presidente no lo enfrenta con otras armas que poner a la nación ante una película de terror que ha montado a cuenta de un muerto al que pretende la Presidencia francesa convertir en calzador para ajustar a los franceses el zapato de la seguridad pública. Los franceses, al menos como característica adquirida por amplios sectores de su población, se impresionan por cosas distintas y de otra forma. Incluso cuesta impresionarles y razonan más largamente. Esto hace, digamos de paso, que los españoles y los franceses vivan en planetas diferentes. Al francés la preocupan vivamente la inmigración, la inseguridad económica, el balance de fuerzas europeo, el movimiento cultural con sus significaciones, los compromisos internacionales, también la seguridad. Pero admiten con mucha resistencia que la seguridad marque límites a la libertad. Mariana, con un pecho desnudo, pesa mucho en el carácter francés. Todo este alboroto que organizan de vez en vez los franceses está servido además por instituciones sociales que son menos serviles ante el poder. El Gobierno de París ya ha sufrido las consecuencias del sufragio en las regiones.

Todo esto que he repasado ligeramente está embutido en las dos lecciones que debieran ser de aprovechamiento profundo por parte de las autoridades españolas. Pero no creo que a estas alturas de la historia estén ni socialistas ni «populares» por la labor de acudir a clase de moral colectiva. Seguirán moviendo su balanza entre los límites del proceder autocrático y el temor profundo a la libertad y a la calle. Todo ello da como resultado una continua violencia desde el poder, que se alimenta de rudeza o de silencio. En España se golpea la realidad o se la enmudece. No se navega por zonas civiles. Y quienes lo hacen resultan sospechosos de conspiración. Los símbolos desvelan muchas cosas. España es un país cuya estatuaria pública está poblada de caballos, generales o prelados. Hay poca estatuaria civil. Y, sobre todo, hay poco desnudo. Y menos, femenino. Mariana no tiene sitio en el ámbito ciudadano español. Lo impiden las buenas costumbres. Esto resulta reveladoramente grave. Aquí la teta es siempre materna y la succión, muy discreta.

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