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Helen Groome Geógrafa

Grados de compatibilidad

 

Cada vez que cavo en mi huerta para plantar un pimiento, una patata o cualquier otra hortícola, atento contra la naturaleza. O eso debería concluir si hago una extensión lógica de los argumentos de algunas personas (¿organizaciones?) que critican al sector agro-ganadero cuando abate un lobo. Y aunque mi huerta sea completamente ecológica, estoy parcialmente de acuerdo con su acusación.

Casi todas las acciones físicas del ser humano tienen un impacto en la naturaleza. Así, cuando cavo en mi huerta, altero severamente la estructura física del suelo y el complejo micro ecosistema de fauna que lo habita. Al cosechar, causo otra ola de destrucción al eliminar una parte de la biomasa del medio, en este caso para comérmelo. Esto ocurre incluso en la agricultura ecológica, la más «natural» que tenemos. La que recibe una sola ayuda pública, una de las líneas de las medidas agro-ambientales que algunas personas (¿organizaciones?) quieren que no se les pague al sector agrario vasco por atentar éste contra el lobo.

Naturalmente, hay otros intentos de alimentarse sin atentar contra la naturaleza. El más «natural» que conozco es el de personas frutívoras que se alimentan únicamente de fruta ya caída del árbol. Requiere habitar exiguamente zonas que dan fruta todo el año y no parece viable hoy día en tierras vascas.

Pero empezamos a llegar al meollo de la cuestión. En caso de decidir, hipócritamente, que no nos importa atentar contra determinados elementos de la naturaleza, las lombrices y determinadas bacterias del suelo por ejemplo, y decidir que en vez de evitar todos los atentados contra la naturaleza procuraremos tener una agricultura «lo más natural posible», incluso así, con la poca tierra agrícola disponible en algunos lugares, no es la población rural quien atenta contra la naturaleza al producir y consumir alimentos, sino es la población urbana que se encuentra con un problema mayúsculo de cómo minimizar el impacto ecológico de su alimentación, ya que actualmente no tiene los medios para producir alimentos de forma ecológica encima del hormigón que le rodea.

La ciudad exige alimentos producidos en sistemas lo más compatibles posibles con la naturaleza. ¡Caramba! El sistema ganadero más «natural» hasta la fecha en tierras vascas ha sido la ganadería extensiva con oveja. Hay hasta tesis doctorales sobre la cuestión: los rebaños de ovejas en pastoreo extensivo equilibrado favorecen una rica flora silvestre y así muchos elementos de la fauna silvestre. Pero no hay sistema perfecto y ese sistema de pastoreo no se puede mantener con la presencia de los dos o tres lobos que nos visitan de los 2.500-3.000 lobos que habitan la Península Ibérica. Si la ciudad quiere productos derivados de ovejas vascas pero insiste en tener también lobos vascos, hará compatible su alimentación con un elemento de la naturaleza, pero renunciará a otros. Que cada persona decida qué es coherente en una cuestión en que simplemente no podemos tenerlo todo.

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