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Maite SOROA

Las angustias de Carrascal

Cuando un columnista inicia su pieza diciendo «ojalá me equivoque», la cosa pinta fea.

Ayer José María Carrascal, en «Abc», daba la voz de alarma: «si no me equivoco, la crisis económica va a ser un catarro comparado con el cáncer que puede llegarnos desde el nuevo Estatuto catalán». Parece tremendista, pero el de las corbatas floreadas se explicaba así: «Una crisis económica gira en torno al dinero, poderoso e importante caballero, pero que puede recuperarse si se pierde. O sea, algo ajeno al sujeto, que no lo define ni determina. Una constitución, en cambio, define lo que es una nación, y si la constitución se licua o gasifica, tras ella va la nación. Es lo que tememos ante las noticias que corren sobre la sentencia cocida y recocida del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán». O sea, que la patria se va al garete. Y Carrascal, claro, angustiado.

Lo que teme el columnista es «que se salve el conjunto del estatuto con parches aquí y apaños allá. Un enjuague, una componenda, un chanchullo con la `carta magna' nada menos». Chanchullo fue, en realidad, lo que hicieron tras la muerte de Franco en la cama.

Insiste Carrascal en que «no se puede aceptar el término `nación' en un preámbulo y añadir luego que la constitución no admite otra nación que la española. No se puede aceptar el uso del catalán en todos los ámbitos de la vida pública catalana y aceptar al mismo tiempo que el español es la lengua del Estado, teniendo derecho todo español a usarla y conocerla en todo el ámbito estatal. Dejar puntos como estos al arbitrio interpretativo es puro sofisma e instalarse en el campo opuesto a la razón y al Derecho. O sea, en el de la sinrazón y en el del derecho torcido. Que de ser ciertas las habladurías, es lo que nos espera». Ya ven que el tío está medio desesperado.

Y toda la culpa la tiene el TC, porque la hecatombe de la patria «es la consecuencia de haber puesto en la cima de la Justicia española un tribunal político, que mira de reojo al gobierno en vez de tener una venda sobre los ojos». O sea que todo es una chapuza: «Pero nada comparable a lo que pudiera ocurrir si decidiese que la Constitución es vasalla de un estatuto». ¡Ay ama!

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