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Gorka ANDRAKA | Periodista

Los besos con lengua

 

Al final, fue un beso. Cualquier excusa sirve para cargarse a una mujer. «En un momento dado, sentados los tres frente a la televisión, Marta rechazó, apartando la cara, un beso que intentó darle Miguel, el cual, despechado, se levantó del sofá», relata el juez en el auto de apertura de juicio oral publicado esta semana. Miguel Carcaño, «encolerizado», violó y asesinó a Marta del Castillo porque la joven sevillana, cuyo cuerpo un año después sigue desaparecido, rehusó besarle. Al final, lo de siempre, Miguel la mató porque no era suya. Y van...

El beso de Marta sobrecoge, da que besar. «A veces un beso es la sustitución de un amor entero. Un beso es un pedacito de tu cariño, un decimal», contaba hace años el artista Jorge Oteiza. A veces, sólo a veces. «Algunos besos son tan leves, tan insignificantes», confiesa la escritora Berna Wang, «que se borran con el roce de la camisa». Todo y nada en cuestión de un par de labios.

Varios amigos se quejan, quizás con razón, de que esta columna en ocasiones rezuma poesía y no se entiende. «En lugar de hablar de poéticas preferiría dar besos», reconoce, y suscribo, la poeta Sofía Castañón. «Porque hay besos muy correctos, que nos dejan fríos. Y besos desordenados que saben a verdad. No me interesa la poesía que quiere sólo realidades, la verdad necesita ficción. Me interesa la poesía (bueno, realmente, los besos) que sabe contar una historia. Un beso que nos haga un poco más libres, un poco mejores. Un beso dado con ganas». Besos con lengua, rebosantes de vida, besos obesos.

 
 
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