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Koldo Alduntzin, Jon Altuna, Mertxe Aizpurua (*) Ex trabajadores del diario «Egin»

¿Justicia? ¿Qué justicia?

 

Resulta reconfortante que, por una vez, compatriotas acusados de pertenecer a ETA y de cometer graves delitos, hayan quedado en libertad tras la vista oral del juicio. Es cierto que, en el «caso Egunkaria», todavía cabe el recurso ante el Tribunal Supremo, pero la contundencia del fallo invita a pensar que Torrealdai, Uria, Otamendi, Oleaga y Auzmendi se han librado de la cárcel definitivamente. Conocemos a los ahora absueltos y sabemos de su ejemplar trayectoria profesional y humana, de modo que no podemos pensar que la sentencia los ha dejado limpios de polvo y paja, por la sencilla razón de que, para nosotros, jamás estuvieron sucios. La alegría que produce la absolución no puede esconder, sin embargo, lo padecido en todos estos años, y, por supuesto, los daños irreparables infligidos a un proyecto estratégico para la cultura vasca, como fue «Euskaldunon Egunkaria».

Cuando en febrero de 2003, con un Gobierno español dirigido por el PP de Aznar, la Guardia Civil irrumpió en el Parque Martin Ugalde de Andoain para cerrar el diario, muchas fueron las reacciones favorables a la operación, tanto desde la política como desde los mismos medios de comunicación. Otras, si no aplaudían directamente, venían a justificar el atropello, al son de música tan conocida como el «Todo es ETA». Ahora, en cambio, son pocos los que continúan en sus trece, y la mayoría, aquí y en Madrid, dicen respirar aliviados. La hipocresía es pecado corriente en estos días y cambiar de discurso en función de lo que ha dictado la sentencia, moneda común. Pero en Euskal Herria todo el mundo sabe quién ha estado apoyando a los procesados y defendiendo la honradez de «Egunkaria» y quién ha ido cambiando su posición según le daba el viento. Que nadie se llame a engaño. Si vuelven a darse las circunstancias precisas, Madrid ordenará el cierre de otro medio de comunicación vasco, sin que le tiemble el pulso, sin que la supuesta inconstitucionalidad de la operación de clausura de «Egunkaria» sirva de precedente para evitarlo y, por supuesto, sin que muchos de los que ahora afirman sentirse aliviados por la sentencia digan esta boca es mía. Es más, entre ellos, los habrá que se vuelvan a sumar al linchamiento.

Los firmantes de este escrito hemos vivido en nuestras propias carnes el cierre de «Egin» y Egin Irratia, del que próximamente se cumplirán ya 12 años. Los procesos contra «Egunkaria» y «Egin» compartieron en muchas ocasiones argumentos, esquemas e incluso pruebas, porque, de hecho, algunos papeles sirvieron para incriminar tanto a uno como a otro; qué más daba. También la sentencia del sumario 18/98 señaló fallos de forma en la clausura del periódico de Hernani. Sin embargo, en aquella ocasión, la Audiencia Nacional no absolvió a los encausados, y periodistas como Jabier Salutregi y Teresa Toda y responsables de la empresa como José Luis Elkoro, Patxo Murga, Pablo Gorostiaga, Xabier Alegria, Josean Etxeberria, Manu Intxauspe, Jesusmari Zalakain, Carlos Trenor e Isidro Murga cumplen largas penas de prisión lejos de Euskal Herria. ¿Dónde reside la diferencia inculpatoria? ¿Alguien puede creerse que todos ellos eran en realidad militantes de ETA? ¿La clave está, quizá, en las líneas editoriales diferentes de uno y otro periódico, una de las cuales se castiga y la otra se «premia»?

Nunca se insistirá lo bastante en que el cierre del periódico, sin mediar sentencia alguna, tan sólo amparado en la voluntad del juez Juan del Olmo, es irreparable, incluso si en un futuro se lograsen indemnizaciones por el mismo. Una empresa, 1.500 accionistas, 150 trabajadores y muchos miles de lectores quedaron sumidos en el desamparo judicial. Y no era una empresa cualquiera, sino la editora del único diario euskaldun del país. La Audiencia Nacional, cuya fiscalía inició el proceso; la Guardia Civil, que realizó los informes y procedió a la clausura, y el juez Juan del Olmo, que decretó el cierre, ¿carecen de responsabilidad? Después de actuaciones tan palmariamente ajenas al derecho, según asegura la sentencia de forma contundente, ¿no tienen que purgar su culpa? Un sindicato de magistrados saca la cara corporativamente a su colega y argumenta que los jueces son humanos y también se equivocan. ¿Y quiénes, sino los humanos, van a la cárcel? Y esta alusión a la cárcel puede parecer una boutade, pero no lo es. Si un arquitecto o un médico, por negligencia o incompetencia profesional (no digamos nada ya si es por mala fe), es responsable de daños irreparables, puede perfectamente terminar en la cárcel o, por lo menos, perder su licencia profesional. Y los responsables del desaguisado de «Egunkaria», en cambio, ¿van a salir indemnes? Un estado como el español, en el que el cierre de un medio de comunicación sale gratis a quienes lo ejecutan, no es un estado de derecho que se ajuste al estándar internacional que conocemos en el entorno occidental. Venir a decir ahora que la sentencia pone de manifiesto que el sistema funciona, que la justicia española es garantista y que la sala de lo Penal de la Audiencia Nacional ha ejercido la protección constitucional de la libertad de expresión es un sarcasmo. El diario permanece clausurado, los trabajadores se quedaron en la calle, los detenidos fueron maltratados. ¿Quién repara todo el daño causado? La Audiencia Nacional, después de tantos años, saca la pata de donde la metió, pero no procede a reparar el daño causado. ¿Es esto justicia?

No queremos terminar sin felicitar expresamente a Joan Mari Torrealdai, Iñaki Uria, Martxelo Otamendi, Xabier Oleaga y Txema Auzmendi, no por haber sido absueltos, que también, sino por haber mantenido alta su dignidad en todo este calvario. Asimismo, queremos felicitar también a todas aquellas personas y grupos que, en mayor o menor medida, pero «de verdad», han estado respaldando a los encausados. Es cierto que queda todavía el previsible recurso ante el Tribunal Supremo y las imputaciones de delitos económicos, pero esta batalla ha sido ganada, lo que es ya de por sí una magnífica noticia en un país poco acostumbrado a las victorias.

(*) Junto a Koldo Alduntzin, Jon Altuna y Mertxe Aizpurua, firman este artículo los también ex trabajadores del diario «Egin» Martin Garitano, Martin Anso, Idoia Arozena, Joxerra Bustillo, Martxelo Diaz, Carlos Dronda, Amaia Ereñaga, Javier Etayo, Iñaki Iriondo, Natxo Matxin, Sabino Ormazabal, Pablo Ruiz de Aretxabaleta, Ramón Sola, Jose Mari Uribarri, Iñaki Vigor y Teresa Zarco

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