Han querido los siempre caprichosos hados hacer coincidir en esta semana que termina dos sucesos que evidencian la fragilidad de las construcciones humanas.

La cúpula del Estado polaco, incluido su Ejército y su sacrosanta Iglesia católica, quedó casi totalmente descabezada cuando el avión en el que viajaban se estrelló al intentar aterrizar en el aeropuerto ruso de Smolensk.

Apenas días después, la erupción del volcán Eyjafllajökull en Islandia, y la consiguiente nube de ceniza ha provocado la suspensión del tráfico aéreo en buena parte del norte y del centro del continente europeo.

Dejo para los que realmente saben las vicisitudes técnicas, los cálculos económicos y las derivadas de un suceso que no tiene, hasta ahora, parangón en la historia.

Pero mucho me temo que fenómenos de este tipo se repitan, con mayores consecuencias si cabe, en ese futuro cuyo cielo seguirá estando crecientemente surcado por autopistas aéreas.

El Gobierno polaco ha insistido en mantener las exequias en memoria de su jefe de Estado pese a que las principales cancillerías del mundo, que habían comprometido su asistencia, se tientan la ropa oteando en el cielo la nube de ceniza volcánica.

Dicen las malas lenguas que el accidente de Smolensk fue provocado por el propio presidente polaco por su insistencia en aterrizar pese a las inclemencias meteorológicas.

Toda una metáfora sobre la opinión que le merece al destino el orgullo humano.

Los hados no conocen de coincidencias temporales. Pero se oyen sus carcajadas en los hielos de Islandia y en los bosques de Smolensk.