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Isabel Jusue Erro

A mi hijo

A todos los hijos, hermanos y amigos detenidos, incomunicados y torturados:

Llaman a la puerta, abro, veo a hombres de negro, unos cubiertos, otros a cara descubierta. Cuando invaden la casa la sensación es que nada de ella me pertenece. Miro a mi hijo, casi no lo veo, tengo que cumplir órdenes: ir a despertar a su padre, que no puede soportar aquello y se cae.

Todo sucede lento y rápido, se pasean por la casa, se apoderan de ella. Miro a mi hijo esposado. «Está incomunicado», me dicen, «no puede hablar con él». No saben que sí puedo hablar con él. Su mirada, nuestras miradas hablan en el silencio frío y extraño. Lo veo precioso, libre. Está en su habitación, esposado, mirando como tocan sus cosas. Ya nada le pertenece, nada nos pertenece.

Los hombres de negro ríen, hablan por teléfono: «¿digamelón?» ¿Cómo pueden actuar así en una casa delante de una madre como si tal cosa?

¿Le dolerán las manos?, me pregunto. ¿Cuánto tiempo llevará así? ¿Dónde lo habrán tenido? ¿Qué le habrán hecho? ¿Qué pasará...?

Cuando se van, la casa ya no es ni será lo mismo. Se llevan cosas. ¡Que se lleven lo que quieran! Se llevan a mi hijo sin despedirse, está incomunicado. Pero realmente sólo se llevan cosas. Él está aquí más que nunca. «¡Ama!», oigo sin palabras, «¡Aquí estoy maitia!», aquí me tienes, aquí sigo y aquí sigues más presente que nunca, pensar en ti me da fuerza, tú eres mi fuerza.

Esos días de incomunicación, qué largos... Como dice el Drogas: «lentos minutos de reloj, lenta infinita la espera de noticias, la angustia se eleva... y seca el poco viento de esperanza, el miedo por ti... El miedo. La tortura de la incomunicación, los mismos lentos minutos del reloj de casa como en el siniestro habitáculo de la crueldad humana de la lúgubre sala de torturas».

La tortura de la incomunicación, las torturas, todas. La bolsa. Cuando en una tienda me pruebo un jersey y me dan una bolsa para no mancharlo de maquillaje, tengo que desistir, salir del probador. Me asfixio, me viene a la mente la bolsa, y los golpes en la nuca, y tengo que dejar de pensar en esto y lloro y recuerdo tu mirada, nuestra mirada. «¡Ama!», escucho. «Aquí estoy, maitia!». «¿Qué he hecho yo ama?».

Esto me golpea en la nuca, siento el dolor, la soledad de tu ausencia, nuestra impotencia. Entonces está tu mirada, nuestra mirada de aquella noche que te llevaron, pero nunca podrán llevarse tu presencia, tu mirada.

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