Unos saltan verjas metálicas que custodian reliquias de santas y otros muchos se saltan una verja mental para perderse en esa propuesta audiovisual tan sobrevalorada que se llama «Perdidos». Lo de los ayamonteses apiñados para tocar a la Blanca Paloma es un clásico televisivo, una cordial manera de mostrar la extrañeza de los comportamientos humanos, una forma de explicar el fanatismo, la conversión de los individuos en masas y, la influencia que la televisión tiene en la masificación de algunos ritos, rituales o acontecimientos que deberían pertenecer al ámbito privado de los creyentes, pero que acaban siendo un espectáculo mediático, que llega cada año y que nos provoca en cada entrega las mismas secesiones de nuestra condición de seres racionales, para observar a esa porción de habitantes del planeta que es capaz de maltratarse, pisarse, darse codazos por lograr un mérito tan absurdo como tocar a unos trozos de maderas pintadas con forma de mujer.

Lo de la despedida de «Lost», es uno de esos montajes de mercadotecnia moderna que alcanza una posición universal como fenómeno de masas a partir de una narrativa audiovisual cargada de misterios, de supuestos, de incoherencias narrativas rellenadas por cada telespectador para dotarle de una capacidad de convocatoria muy por encima, a mi entender, de sus auténticos valores, aunque aquí, la masificación, los fans, los fanáticos, los seguidores fieles, los frikis de esta narración partan de un material menos trillado, más elaborado, con mucha más carga artística, pero con más trampas narrativas que una película de chinos, como diría Chiquito de la Calzada.

Soy un converso. Fan al principio, escéptico en las temporadas medias, acabé desenganchado, viéndole demasiado las costuras, los trucos, el conductismo de los guionistas, la falta de consistencia de algunas tramas que se convertían en mágicas porque había traspasado ese umbral en donde lo misterios sirven de coartada para cualquier ausencia de discurso. Ha sido una serie que se repetirá porque aun siendo mayoritaria la han etiquetado como de culto. Es decir que se guarda en una verja emocional.