CRÍTICA teatro
El «Calígula» de Albert Camus
Iñaki URDANIBIA
La primera vez que se representó esta obra, de quien sería años más tarde galardonado con el premio Nobel de literatura, fue en 1945, en el Théâtre Hébertot, con dirección escénica de Paul OEttly, decorado de Louis Miquel y vestuario de Marie Viton. Pues bien, ahora se ha podido ver en nuestros escenarios una versión francamente original de esta obra en la que el escritor argelino-francés Albert Camus, tomando como pretexto al demencial emperador romano capaz de condecorar a su propio caballo, plantea una serie de problemas que conlleva toda sociedad dictatorial; una sociedad que se empecina en lograr lo imposible, en «poseer la luna» y variar el orden de las cosas y su funcionamiento, no sólo de las sociales sino también de los propios fenómenos naturales.
Este eje interpretativo se extiende a otras cuestiones relacionadas con el tránsito de la niñez a la edad adulta, de la minoría a la mayoría de edad, a la competencia que supone para quien ordena y manda la presencia arbitraria e imponente de los dioses. Esto hace que quien esté contagiado por el ansia de poder adopte la arbitrariedad como norma de comportamiento, haciendo que la muerte pase a convertirse en algo cotidiano y hasta recurriendo a la legalidad, que no a la legitimidad, que es puesta en constante, y enfurecida, duda por muchos.El acierto de la representación de L´Om-Imprebís, bajo la dirección de Santiago Sánchez, lo es en varios aspectos. Por una parte, la pertinencia y actualidad de los temas tratados, al igual que la coincidencia del aniversario de la muerte del autor hace cincuenta años. Los aciertos residen también en la representación, espectacular, con una encomiable economía de medios, con el recurso a una utilización de los efectos luminosos y con una certera amortización de actores debido la versatilidad de éstos (cantan, bailan...). Doce personajes deambulan por escena con el protagonismo esencial del emperador Calígula, clavado en su desbrujule por Sandro Cordero, quien logra escenas de un patetismo que se mueven en altibajos francamente logrados, desde la risa floja al llanto más frenético. Son de destacar los espectáculos organizados por el fondón Calígula –travestido en Venus o en una esmerada danzarina–, que hace que lo ridículo alcance cotas que llevan a la carcajada irremediable.
La percusión abre y cierra la obra, t uega un papel hipnótico que repercute en nuestros oídos, reclamando la atención de los momentos que se avecinan… y en los que, obviamente, los diálogos –en deriva libre, en los más de los casos, por los abismos del absurdo– son magistralmente interpretados además por la querida del emperador Cesonia (Garbiñe Insausti), o por el comploteador Quereas (José J. Rodríguez Jabao), el poeta Escipión (Sergio Gayol), el consejero Helicón(Gorsy Edú), y todo el resto: el intendente, otros patricios y demás.