Cuando de la memoria se trata, la clase política institucionalizada de este país lleva años tratando de perfeccionar, con la impagable ayuda de los grandes medios de comunicación, un discurso que persigue precisamente lo contrario de lo que predica: el olvido. Un discurso de retórica sólo tan sonora como hueca, que pretende reescribir la historia de todo un pueblo según una férrea estrategia destinada a borrar del recuerdo colectivo todo aquello que estorba a la construcción de algo que buena parte de la sociedad vasca denuncia sin descanso como «pensamiento único».

Ayer, los representantes de algunas de las principales instituciones de la Comunidad Autónoma Vasca firmaron la declaración que establece el 10 de noviembre como Día de la Memoria. El texto de la declaración dice textualmente que «queremos recordar a todas las víctimas del terrorismo sin excepción». Discurso vacío, falso. Quienes, representando a sus respectivas instituciones, intervinieron en el acto protocolario de la rúbrica de la declaración se acordaron de citar, con nombres y apellidos, a las personas que perdieron la vida un día como ayer, 24 de mayo. Pero sólo mencionaron a las víctimas causadas por ETA. Ninguno de los firmantes se acordó de Mikel Merkelanz, muerto el 24 de mayo de 1978 a manos del Batallón Vasco Español de dos tiros en la cabeza.