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Análisis | La relación entre el Gobierno y el clero cubano

La mediación de la Iglesia en Cuba abre numerosas interrogantes

La reunión de la Iglesia con Raúl Castro introduce un nuevo elemento en torno a los últimos hechos, iniciados con la muerte de Orlando Zapata. Todo apunta a una activa misión mediadora y los resultados podrían colocar a la Iglesia como un referente de dialogo interno y externo de cara al futuro del país.

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José Miguel ARRUGAETA Historiador

El golpe de efecto que supone la entrevista de Raúl Castro con los representantes eclesiásticos no deja a nadie indiferente, pero también plantea un sinfín de incógnitas de cara al futuro. El autor, conocedor de la realidad de la isla, desvela algunas de las claves.

Cuando todos los caminos y posibilidades de movimiento parecían cerrados ante las exigencias de los pequeños grupos disidentes, las posiciones de presión de la UE y EEUU, y la desmesurada cobertura de los grandes medios internacionales, el Gobierno de La Habana decidió hacer un movimiento no previsto por nadie: una entrevista personal de Raúl Castro con el arzobispo de La Habana, el cardenal Jaime Ortega, y su homólogo de Santiago de Cuba, ha colocado a la Iglesia como interlocutora y mediadora de «buena voluntad».

El encuentro, difundido al día siguiente por el órgano oficial del Partido Comunista, «Granma», en primera plana con fotografía incluida, y la posterior rueda de prensa ofrecida por los obispos cubanos confirmaba que la reunión era mucho más que un contacto habitual y tenía connotaciones políticas de alcance imprevisible.

El cardenal Ortega fue claro y enfático en sus palabras al calificar el encuentro de muy positivo y considerar que esta reunión era el inicio de un periodo de relaciones «distinto y novedoso» al haber tratado temas «sobre Cuba, sobre este momento y sobre su futuro». El prelado insistió en que este dialogo era «entre cubanos» dándole por lo tanto un sentido nacional que, sin embargo, parece estar destinado a tener múltiples e importantes repercusiones a nivel internacional.

El centro actual del conflicto parece situarse a corto plazo en la liberación progresiva de un grupo de presos, que en la actualidad rondarían los sesenta, considerados disidentes políticos, y que fueron condenados de acuerdo a la legalidad cubana por estar al servicio de una potencia extranjera (en este caso, de diversos organismos financiados por el Gobierno estadounidense), mientras que, paralelamente, se abriría el espacio para que las denominadas Damas de Blanco pudiesen manifestarse públicamente.

Estos dos temas, íntimamente ligados, no parecían constituir en si mismos un «peligro» para la estabilidad política interna, si se constata que el arraigo social y la capacidad de convocatoria de estos grupos es bastante escaso por el momento, a pesar de su proyección mediática internacional. Sin embargo, para el Gobierno revolucionario «ceder» ante las presiones de los pequeños grupos de oposición, y sus poderosos apoyos externos podría llegar a ser interpretado como un mensaje equívoco y de debilidad en medio de una delicada situación social y económica interna.

El Gobierno de la isla ha decidido mover ficha en este contexto, colocando a la alta jerarquía católica cubana como interlocutora directa de buenos oficios para tratar de desbloquear la situación.

Todo indica que hay disposición de hacer gestos concretos, que serán seguramente liberar inicialmente a una parte de estos presos, que presentan problemas de salud, y en una segunda etapa al resto; más allá de estas posibilidades, el acontecimiento en sí mismo tiene repercusiones políticas directas, como colocar a la Iglesia católica en una posición de interlocutora privilegiada en diálogos presentes y futuros, mientras que, al mismo tiempo, estos movimientos deben rebajar la tensión actual en torno a Cuba de manera considerable, y en consecuencia los «argumentos» para continuar las políticas de presión y chantaje externo hacia la Revolución perderían importantes puntos de apoyo.

Pero, más allá de diversas lecturas tempranas e inseguras que se puedan hacer del mismo hecho noticioso y de sus posibles desarrollos, el movimiento protagonizado por el Gobierno cubano y la jerarquía católica genera numerosas interrogantes: ¿La oposición interna se verá fortalecida y estimulada a continuar con sus acciones de máximos? ¿La Unión Europea tomará nota de la actitud de La Habana y encontrará el ambiente adecuado para eliminar la «Posición común» contra Cuba el próximo mes en su cita de Madrid, o seguirá presionando en la misma dirección? ¿Qué lectura hará la Administración de Barack Obama de estos gestos? ¿Habrá un intercambio de distensiones o, por el contrario, un recrudecimiento de su política de bloqueo total? ¿Detrás de la noticia habrá gestiones del mismo nivel y con la misma interlocución para la liberación de los cinco cubanos encarcelados a largas penas de prisión en Estados Unidos por realizar labores de información a favor de la Revolución? ¿Cómo reaccionarán los sectores revolucionarios cubanos a los que hasta el momento se les había explicado lo acertado de mantener una posición intransigente en este tema como un principio elemental y que siguen los acontecimientos sin mayores explicaciones?...

Muchas preguntas aún sin respuestas, por lo que la conclusión más evidente e inmediata es que habrá que seguir muy de cerca y con detalle el devenir de los acontecimientos que se avecinan desde numerosos lugares como Madrid, Miami, Bruselas, Washington, y por supuesto, la propia Cuba.

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