CRíTICA cine
«El pastel de boda»
Mikel INSAUSTI
Todas las bodas se parecen y ninguna es igual a otra. Lo mismo pasa con las películas sobre enlaces nupciales ,y en ese sentido, “El pastel de boda” es perfectamente distinguible de otros ejemplos de este subgénero instaurado por Robert Altman con “Un día de boda”. Lo que caracteriza a esta realización de Denys Granier-Deferre, hijo del maestro Pierre Granier-Deferre, es su condición de comedia ligera pero cargada de mensajes alegóricos. La primera y gran metáfora con la que se abre la película es la del pastel del título, aunque el original es exactamente “Pièce montée”, por referirse a una inmensa tarta Saint-Honoré compuesta, como es tradicional, a base de los consabidos «petit choux» o profiteroles unidos entre si con caramelo hasta formar una gran torre. Esta en concreto es tan alta que se les cae a los camareros, y han de ingeniárselas para recomponerla, pieza a pieza, antes de que lleguen los invitados al banquete. Su estructura piramidal representa a la institución familiar, mientras que el accidente que sufre simboliza las tensiones internas que necesitan de arreglo para seguir funcionando «comme il faut». También es una señal que anuncia que la foto de boda va a salir más movida de lo que desearían los novios, porque nada va según lo previsto y, por momentos, la celebración está a punto de acabar en un completo desastre. La familia de la novia forma parte de la burguesía provinciana bordelesa, pero no es la obsesión por la apariencia de sus miembros lo que provoca el mayor de los contratiempos, sino un secreto que se remonta a dos generaciones atrás. La anciana Dannielle Darrieux protagoniza un folletín en toda regla, pues utiliza la ocasión para estar cerca de su antiguo amor, que resulta ser el cura que oficia la ceremonia. Jean-Pierre Marielle salva la función con mucha resabiada ironía, habida cuenta de que, en cuanto religioso, es consciente de que su iglesia se ha llenado de falsos practicantes a los que no piensa dar los sacramentos ni su bendición.