El caso Guggenheim exige dimisiones
El escándalo hizo temblar los cimientos del Guggenheim cuando hace dos años se destapó la estafa con la que su director de Administración y Finanzas, Roberto Cearsolo, se había apropiado indebidamente más de medio millón de euros de las cuentas del museo. Ya entonces, y aunque los máximos responsables de la sociedad pusieron el caso en manos del juez -que terminó condenando a Cearsolo-, comenzó a tomar cuerpo la sospecha de que los desmanes del codicioso director financiero habían encontrado terreno abonado en un sistema de gestión totalmente desprovisto de controles. Un sistema, por cierto, diseñado mediante una compleja ingeniería administrativa pensada exclusivamente para dar a luz un modelo de museo singular en la esfera Guggenheim: la fundación ponía el nombre y las instituciones vascas todo lo demás.
Ha sido el Tribunal Vasco de Cuentas Públicas (TVCP), a través de un demoledor informe hecho público ayer, el que se ha encargado de convertir esas sospechas en certezas demostradas. Las sociedades que gestionan el museo han carecido hasta la fecha de mecanismos de control, tanto internos como externos, de su gestión y de sus cuentas. Ello ha provocado un rosario de irregularidades e ilegalidades -que GARA desgrana hoy en sus páginas- en el que el desfalco de Cearsolo es sólo lo más llamativo. Reiterados incumplimientos en los procedimientos de contratación, operaciones financieras que han provocados pérdidas millonarias y, en definitiva, ausencia manifiesta de fiscalización sobre los caudales públicos con los que se financia la actividad del museo.
La gravedad de los hechos denunciados en el documento del TVCP implica directamente a los máximos gestores del Guggenheim. Pero las responsabilidades no se detienen ahí y saltan a las esferas políticas superiores que engendraron un sistema que hace aguas hasta amenazar hundimiento. Alguien deberá asumir ahora esas responsabilidades en la única forma que cabe en estos casos: la dimisión. Una dimisión que despeje el camino para redefinir un modelo de gestión viciado ab initio, y que ponga en cuarentena ese otro gran proyecto de tono faraónico que se pretende forzar en Urdaibai.