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Xabier Silveira Bertsolari

¿A quién se le va la olla?

Por llamar a las cosas por su nombre, por creer en lo imposible, por no tolerar lo injusto, se nos va la olla. Por llamar ladrón al que roba, vampiro al que chupa la sangre, vendido a quien se vende y asesino a quien mata a la gente, se nos va la olla

Partiendo de que la cordura es la mayor de las locuras, hay caminos que terminan convirtiéndose en pasillos rodeados de paredes acolchadas. Ocurre cuando la mayoría sopla de frente, cuando se va a contra corriente y de repente no se sienten ganas ni se tienen fuerzas para llevar la contraria a tanta gente; ahí, simplemente, es darse media vuelta y ya se es una persona decente. Aunque pudiera decirse que partiendo de cualquier parte del universo que es cada uno de nosotros siempre se termina, si no en el pasillo de una cárcel, dando media vuelta y dejándose arrastrar por la ola que no por enorme evitará el letal choque contra las rocas. Y mira que va confiada ¿eh?, pero... (acabo de caer en la cuenta de que a las olas no se les va la olla. Nunca. Es porque no piensan. Ahí van, firmes en su dirección, millones y millones de gotas aspirantes a tsunami todas juntas, míralas, ahí van; iban, pero...).

Una obsesión enfermiza por lo normal condiciona todo deseo, anhelo e incluso sueño que nadie ose tener, aquí, en esta ola donde el mero anhelo del deseo de soñar es reprimido a golpe de incomprensión. Aquí la duda no cabe y el saber no ocupa lugar en la billetera, por lo que el conocimiento sobra cuando no molesta. Un convencimiento general hace posible que exista lo imposible, que se crea lo increíble hasta el punto de tomar a cualquier imbécil por invencible.

Es terrible, pero ahí van, seguros como quien se sabe en lo correcto, tomándose la licencia para acusar, juzgar y condenar. Sólo ellos recorren el camino adecuado, al resto se nos va la olla. Por llamar a las cosas por su nombre, por creer en lo imposible, por no tolerar lo injusto, se nos va la olla. Por llamar ladrón al que roba, vampiro al que chupa la sangre, vendido a quien se vende y asesino a quien mata a la gente, se nos va la olla. Y puede que sea así, no es de extrañarse que a uno se le vaya la olla a la que sea capaz de entender la realidad. La otra opción, la más racional, sería comenzar a disparar y no parar hasta acabar. Pero para bien de la ola se nos va la olla y nos limitamos a denunciar y a no obedecer.

¿Se nos va la olla? Eso no es tan grave. Lo grave sería que estuviéramos locos. Como las gotas que conforman la ola, míralas, ahí van, directas a estamparse todas a una contra las rocas. Malditas locas, convencidas de que mantienen el rumbo adecuado, seguras de que la razón las acompaña. Y encima la olla se nos va a nosotros, hay que joderse con los locos.

«No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís se os medirá. ¿Por qué miras la brizna de paja que está en el ojo de tu hermano, y dejas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿Cómo dirás a tu hermano: `Deja que yo saque la brizna de tu ojo', y he aquí la viga está en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano». Mateo.

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