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Madeleine en el Bronx

Iñaki LAZKANO | Kazetaria eta Gizarte eta Komunikazio Zientzien irakaslea

El guionista y director James Gray conoció a su esposa en una fiesta y cuenta que, si hubiera llevado otro vestido, probablemente no se habría enamorado de ella. El amor tiene siempre un componente fetichista. El sombrío drama romántico «Two lovers» (2008) refleja la devastación emocional con la que el amor idealizado castiga nuestros corazones. El autor de la película dinamita los azucarados arquetipos de la comedia romántica norteamericana y clava el bisturí en las entrañas sentimentales de nuestra sociedad; una comunidad enferma en la que los anhelos no correspondidos tiñen de infelicidad las almas solitarias.

Leonard, el protagonista de la excelente película de Gray, es un joven atrapado en una encrucijada sentimental. Sandra es la chica que reúne todos los requisitos para compartir su vida. Es guapa, cariñosa, inteligente y lo ama con locura. Pese a ello, Leonard será abducido por el encanto de Michelle, su atractiva vecina; una joven rubia, adicta a las drogas y que está profundamente enamorada de su jefe. La vecina etérea e inalcanzable del Bronx se convertirá en la Madeleine de Leonard; la Kim Novak rubia que amaba James Stewart en «Vértigo» (1958). Sin embargo, el «happy end» es siempre una quimera en el turbio universo de Gray. De hecho, los amores imposibles nunca dejan de serlo. El amor idealizado se alejará de Leonard, y éste optará por el camino que le dicta la razón.

Tras salir del cine, la chica que me acompañaba censuró la actitud del protagonista. No su renuncia al amor idealizado, sino el hecho de que el protagonista hiciera creer a la mujer con la que iba a compartir su vida que la amaba, cuando tan sólo la quería. Al despedirnos, teniendo en cuenta las muchas veces en que nuestros corazones habían encallado en los desiertos del amor imposible, convenimos en enterrar los amores idealizados y buscar la felicidad en un amor más terrenal.

Pero, poco antes de conciliar el sueño, recordé esa frase de Calderón de la Barca que dice que el amor, cuando no es locura, no es amor. En efecto, estábamos equivocados. No se pueden recluir los sentimientos con las cadenas de la razón. Aunque nos pese, seguiremos suspirando por la nueva Madeleine que el azar ponga en nuestro camino, por los amores abandonados en los andenes del recuerdo, por los sueños imposibles, ... o puede que nuestro sempiterno amor perezca sin ser nunca revelado.

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