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Martin Garitano Periodista

La república vasca

E l Gobierno de Lakua ha hecho público un sondeo según el cual el 18 por ciento de la ciudadanía de Gipuzkoa, Bizkaia y Araba apuesta «de manera clara» por la independencia»; la mayoría de los consultados -el 48 por ciento- se considera más vasco que español y una parte significativa -el 29 por ciento- sólo vasco.

No oculto mi desconfianza por las encuestas, siempre «cocinadas» antes de ser servidas al público, ni obvio que el sondeo en cuestión sólo se refiere a los ciudadanos de tres territorios, pero el asunto tiene enjundia.

Vivimos en un país sometido -en Hegoalde- a un régimen reformado tras la dictadura de los cuarenta años. Súbditos de una constitución impuesta contra la voluntad mayoritaria de los ciudadanos que podían votar en 1978. Y, por si fuera poco, padecemos un proceso de desnacionalización agobiante desde hace siglos, con lo que ello conlleva de síndrome del colonizado, que siempre afecta a una parte de las víctimas que termina identificándose con los poderosos colonizadores. Y a pesar de todo, los rectores del Gobierno trampeado y unionista se ven obligados a reconocer que la quinta parte de la población opta de forma inequívoca por la independencia y que la tercera parte de los ciudadanos sólo se reconocen como vascos. ¡Ahí es nada!

Tengo, además, razones para pensar que la cifra habrá sido debidamente maquillada y que en realidad son más los que apuestan por la creación de una república vasca, pero me basta con los datos que confiesan López y compañía.

El grado de deterioro del Estado español, víctima al fin y al cabo de su propia naturaleza artificial, hace más que razonable pensar en la independencia como posibilidad real y no sólo ideal. Hoy es más factible que ayer y, a buen seguro, mañana estará más cerca.

Vivimos tiempos de cambio, aquí y en el resto de Europa. Y la reordenación del mapa puede abrirnos las puertas para que la opción independentista -entendida como una necesidad y no un capricho localista- se haga realidad. No nos remitamos a los eslóganes de Mayo del 68 («seamos realistas, pidamos lo imposible») porque no es tiempo de utopías sino de acción. Creamos que la posibilidad de vivir en ese Estado vasco es nuestra y no de de generaciones posteriores.

Y para que eso sea realidad, actuemos. Hace falta que ese veinte por ciento trabaje, actúe, convenza y gane. Está al alcance de la mano. ¡Manos a la obra!

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