Génesis de una ópera mozartiana
«Io, Don Giovanni»
Carlos Saura quiere ir más allá de la representación escénica de la conocida ópera de Mozart, introduciendo elementos históricos relativos a su concepción, contemplados desde el punto de vista del libretista Lorenzo da Ponte.
M. I. | DONOSTIA
Aunque Carlos Saura parezca un cineasta consagrado y de vuelta de todo, no se ha salvado de la crisis que también golpea al sector. «Io, Don Givanni» fue el rodaje que, junto a la nunca estrenada «Manolete», se vió directamente afectado por la bancarrota del productor Andrés Vicente Gómez, quien todavía tiene deudas pendientes con los hoteleros alicantinos que alojaron al equipo técnico y artístico a lo largo de su trabajo en los estudios de La Ciudad de la Luz.
Es lógico pensar que los problemas económicos hayan podido afectar al resultado final, pero «Io, Don Giovanni» ha sido recibida como una película fiel a la última etapa de Saura, dedicada a montajes escénicos sobre obras musicales, y ahí entra también la vertiente operística con todo su lujo. El elegante tratamiento visual corresponde de nuevo al maestro de la fotografía Vittorio Storaro, que recrea gustoso los ambientes venecianos y vieneses de la segunda mitad del siglo XVIII.
En lo narrativo la última película de Saura podría parecer la ilustración culterana de algún pasaje del «Amadeus» de Milos Forman. Porque vuelve a utilizar a Salieri como sujeto clave de la discordia con el joven Mozart, tanto en cuanto se supone que fue él quien forzó la contratación de Lorenzo da Ponte como libretista de la ópera en ciernes, a fin de que su condición de libertino provocara el desastre.